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Lourdes Pérez

La mirada

Entre lo malo y peor

Es una incógnita en que acabarán quedando los 227 folios en que el juez Castro sustenta la imputación contra la infanta Cristina. Pero lo que ya han hecho es situar a la hija del Rey ante un escenario en el que todas las opciones para ella van de lo malo a lo muy malo, pasando por lo peor. Tras haberse empeñado “numantinamente” (la expresión figura en el auto judicial)  en impedir el paso de su defendida por los juzgados, los letrados de Cristina de Borbón calibran si perseverar en esa estrategia elevando un nuevo recurso ante la Audiencia de Palma o acortar el ‘martirio’ aceptando esta vez ‘motu proprio’ el requerimiento del magistrado. La impugnación sería una posibilidad absolutamente legítima que, sin embargo, contribuirá a alimentar las suspicacias de todos aquellos ciudadanos dispuestos a creer antes al juez Castro que las apelaciones a la presunción de inocencia de la infanta. En contra de ésta juega la convicción socialmente extendida de que era muy difícil que no supiera nada de lo que estaba ocurriendo de puertas hacia dentro en el palacete de Pedralbes; y si en verdad no lo sabía, esa misma ciudadanía tampoco parece estar dispuesta a mostrarse condescendiente ante semejante despliegue de ignorancia. El problema es que, a estas alturas, el país de los seis millones de parados y el bienestar perdido conoce con mayor o menor detalle el tránsito de Iñaki Urdangarin y su socio Torres por el lado oscuro de la vida fácil. Un viaje desbocado hacia su presunto enriquecimiento personal que resulta imposible de digerir ya para la opinión pública, y que pesa como una losa sobre la credibilidad de Cristina de Borbón. Nunca sabremos qué habría sucedido si hubiera acudido al juzgado voluntariamente en los albores de la causa. Ahora, por contraste, la gente sabe demasiadas cosas. Entre ellas, algunas tan poco decorosas como que la infanta contrató ‘en negro’ a inmigrantes para el servicio doméstico, según consta en la resolución de Castro, que da por buenos los testimonios de varios testigos.

Aunque quizá lo peor no sea el contraste entre la reivindicación de su inocencia por parte de la infanta y las dudas que muchos de sus conciudadanos sienten al respecto. Lo peor es que la estrategia de la defensa parece pasar por cargar toda la responsabilidad sobre los hombros de Urdangarin. Eso no solo trastoca la imagen que se había construido en el pasado de la propia Cristina de Borbón, la infanta que quería ser libre e independiente y que ahora quedaría como una mujer de esas que ya no se estilan, que desconocen completamente cómo se las ingenia para llegar a fin de mes quien vive con ellas. También chirría con su otra imagen de los últimos tiempos, desde que estalló el desdichado ‘caso Nóos’: la de la esposa amantísima que permanece de manera incondicional y sin reservas al lado de aquel que, según todos los indicios disponibles, tejió una trama de intereses espurios en torno al título y la posición que adquirió como consorte y yerno real.

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