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Lourdes Pérez

La mirada

El final de un ciclo

La renuncia -voluntaria o forzada, el tiempo lo aclarará- de Jaime Mayor Oreja a encabezar el cartel europeo del PP ha dejado crudamente al descubierto la sima sin fondo que ha ido excavándose entre los fieles del aznarismo y Mariano Rajoy, que ya supo cómo se las podían gastar los suyos en el congreso de Valencia de 2008, cuando el presidente refrendó su liderazgo tras haber perdido las generales frente a José Luis Rodríguez Zapatero. La oposición a Rajoy tenía un rostro visible en aquellos días convulsos -Esperanza Aguirre-, pero los ‘rajoyistas’ siempre percibieron la presencia de Mayor en las bambalinas de la desafección que ya protagonizaron entonces María San Gil y José Antonio Ortega Lara y que llevó  al PP vasco comandado por Antonio Basagoiti a cerrar filas con el hoy jefe del Gobierno español. La doble herida abierta en Madrid y en Euskadi, con un asunto nuclear para los populares como la lucha contra ETA como telón de fondo, ha seguido supurando en los últimos cinco años. Rajoy ya dio muestras de que no le había gustado la actitud de Mayor cuando tuvo que avalar su candidatura al Europarlamento en las anteriores elecciones. Lo hizo a su manera: castigó con su pertinaz silencio al exministro, que tardó meses en saber que iba a ser ratificado al frente de la candidatura. Aquella designación no sirvió para apaciguar los ánimos. Más bien transmitió la sensación de que el presidente mantenía a Mayor casi porque no le quedaba otro remedio, con su liderazgo aún sometido a zozobras internas y un sector del partido dispuesto a azuzar de puertas hacia dentro los problemas derivados de la gestión de la violencia.

Hace 16 meses, Aguirre y Mayor revivieron el ambiente de reproches que envolvió el congreso de Valencia en un tenso comité ejecutivo nacional del PP en el que reprocharon a Rajoy y a su ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, la excarcelación por enfermedad terminal de Josu Uribeetxeberria Bolinaga, uno de los secuestradores de Ortega Lara. Tres de los protagonistas de aquel cruce de acusaciones -Rajoy, Mayor y Fernández Díaz- han pasado por los despachos de Interior. Su titular actual no ha olvidado los sofocos que le provocaron sus compañeros de partido ese verano en el que la polémica sobre la salida de prisión de Uribetxeberria, con huelga de presos etarras incluida a modo de presión, truncó la predisposición del Gobierno a ensayar movimientos parciales, cautelosos y tasados, en política penitenciaria; por ejemplo, con los reclusos aquejados de dolencias graves. Aquellos lodos, lejos de enfriarse, se convirtieron en barro cuando Estrasburgo decidió hace tres meses que derogaba la doctrina Parot. La hoy presidenta del PP, Arantza Quiroga, tiene presentes las críticas vertidas en otra reciente reunión por Esperanza Aguirre a cuenta, esta vez, de la foto en Durango de los presos liberados con ‘Kubati’ a la cabeza.

Hace una semana, en su entrevista en Antena 3, Rajoy apenas mencionó la gestión del final de ETA, pero sí recordó a la audiencia que él había sido ministro de Interior. Una forma de reivindicarse y de indicar que aunque ese asunto no es hoy su prioridad, sabe de lo que habla porque estuvo en el ministerio que custodia la llave de la lucha antiterrorista y de las cárceles. En apenas quince días, Ortega Lara ha participado en la fundación de Vox, el PP vasco ha trazado una línea divisoria con quienes le atribuyen tibieza aun a costa de escenificar las diferencias con un emblema como la hermana de Gregorio Ordóñez, Quiroga se someterá a la legitimación del congreso pendiente en Euskadi y Mayor acaba de desalojarse, o de ser desalojado, de la candidatura del partido a unas europeas que van a poner a prueba la pujanza de los populares y al bipartidismo. El aroma a cierre de un ciclo invade el ambiente.

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