>

Blogs

Lourdes Pérez

La mirada

El apellido de las vascas

En ese sano ‘topicódromo’ que es ‘Ocho apellidos vascos’, hay uno que ha pasado más desapercibido en medio de las carcajadas que despierta la desmitificación patriotera: el retrato de la mujer vasca-vasca que compone la madrileña Clara Lago, demasiado guapa toda la película como borde irredenta. En realidad, los guionistas no han inventado nada: bajo la ‘guerra de las banderas’ subyace una ‘guerra de sexos’ que cada vez que se formula en el cine siempre acaba remitiendo, con mayor o menor fortuna, a la comedia irrepetible de ‘La fiera de mi niña’. Lo distintivo aquí es que Clara Lago, Amaia en la ficción, es vasca-lo-que-se-dice-vasca envuelta en la estética más al uso de la izquierda abertzale. ¿Son -somos- las mujeres vascas capaces de reírnos de esa caricatura de nosotras mismas que nos dibuja como malhabladas, inflexibles hasta el agotamiento, cameladoras solo si no queda otro remedio, más desprejuiciadas con el sexo y todavía con prejuicios en las costumbres -ese imposible traje de novia casi de faralaes- y, al final, tan mimosas como para cargar con todo el almíbar que cierra ‘Ocho apellidos vascos’? ¿Nos reconocemos en ese pseudo-elogio que pronuncia un amigo del protagonista, que dormir platónicamente un día con una vasca es como acostarte tres noches seguidas con una malagueña?

El tópico reza que Euskadi conforma un gran y vigoroso matriarcado. Que quienes mandan en los hogares desde que somos lo que somos son las mujeres, por lo que ¿para qué preocuparse si ese poder inmemorial se desvanece en cuanto se cruza el umbral de casa y se sale a la calle? Nuestra Amaia es bastante correosa y ejerce un oficio tradicionalmente de hombres, pero también la pintan como una ingenua engañada por su exnovio y con problemas para asegurarse su independencia. Según las estadísticas, disfrutamos de mayores niveles de preparación y autonomía que muchas de nuestras vecinas territoriales, aunque la protagonista de ‘Ocho apellidos vascos’ se toparía con parecidos déficits si fuera andaluza, catalana o castellana: desigualdades salariales y de acceso al mercado laboral. También cuentan las estadísticas que las vascas han retrasado notoriamente la edad de matrimonio y de maternidad y que piden ellas más el divorcio que ellos. Y si las cifras se cumplen, Amaia también vivirá más que el Rafa-Antxon con el que se empareja en la película: las mujeres vascas -debe de ser ese carácter de mal café- llegamos hasta los 85,5 años, por los 77,7 de media en que se quedan los hombres andaluces.

Temas

La política de las cosas

Sobre el autor


abril 2014
MTWTFSS
 123456
78910111213
14151617181920
21222324252627
282930