La noche electoral ha dejado en Andalucía un vencedor sin edulcorantes -Ciudadanos- y un derrotado sin paliativos -el PP-, con el agravante que suponen el desgaste de Mariano Rajoy, omnipresente en la campaña de su candidato, y la constatación de que Albert Rivera y los suyos pescan sin complejos en los caladeros más moderados de los populares. A partir de ahí, el escrutinio permite lecturas más matizadas, incluida la holgada victoria de Susana Díaz, aunque ésta haya sido recibida por la familia socialista -también por el PSE- con la alegría que da cualquier buena nueva en la casa del pobre. La presidenta andaluza ha salido airosa del desafío que se autoimpuso al adelantar las autonómicas y, con ello, el incierto ciclo electoral español: ha arrumbado al PP, ha resistido a Podemos y ha salvado al PSOE de la quema de los ERE. Pero su victoria, que es indiscutible por comparación con quienes eran sus dos rivales, no lo es tanto si se mide de acuerdo a las ambiciosas expectativas que se había fijado la propia Díaz. No ha mejorado el resultado de 2012 -los 24 escaños que pierden en conjunto el PP e IU son los mismos que suman Podemos y Ciudadanos-. Y se ha quedado a distancia de la mayoría que le habría facultado para gobernar sin ataduras y contraponer su carisma al liderazgo a prueba de Pedro Sánchez.
Así pues, el triunfo de la ‘casta’ que representa el PSOE en Andalucía -la única autonomía sin alternancia en 38 años de democracia- y el hecho de que el PP sea segunda fuerza pese a la debacle permitirían al bipartidismo, sobre el papel, aguantar el tipo frente a la ‘contracasta’; sobre todo frente a un Podemos cuya potente irrupción no ha llegado a ser arrolladora. Y, sin embargo, la paradoja es que Díaz ha venido a condenar al bipartidismo. El electorado ha premiado a la presidenta, sí, pero no ha comprado su suficiencia; y ha fustigado sin contemplaciones al PP. Junto a ello, los socialistas -pero también Rajoy, en estado de necesidad- pueden empezar a mirar a Ciudadanos con los ojos propios del cortejo por el poder. Y la derrota de los populares ha sido tan rotunda que perfila unas municipales a cara de perro entre los dos ‘grandes’, difuminando la hipótesis de la gran coalición.