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Lourdes Pérez

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La letra escarlata

Rato, detenido. O cómo tan solo dos palabras pueden representar tanto para la sostenibilidad política e institucional de un país que está soportando una aluminosis tan corrosiva como para llevar a comisaría al símbolo del aznarismo aupado a la peana del éxito económico; al símbolo de toda una época mitificada por el PP que se va derrumbando al pegajoso calor de los escándalos por la trama Gürtel, del los desmanes consentidos de Bárcenas, del cuestionamiento del modelo de crecimiento sin complejos aplicado en Madrid o en Valencia. La imagen del Rato más derrotado abandonando su domicilio en un coche policial supone una nueva convulsión para una ciudadanía que, probablemente ya anestesiada ante la sucesión de corruptelas de alto copete, contempla con satisfacción -cuando no con abierto gozo- el escarnio público de quienes han tenido todo el poder y ahora cargan con el estigma de la sospecha y la culpa como cualquier vulgar delincuente, por mucha cuenta en Suiza que se haya atesorado. Sopla un inevitable aire de regodeo social en un país extenuado por las estrecheces económicas y que pide sangre, sea a través del despedazamiento de personajes de segunda en ‘Sálvame’ o a través de la caída de los ídolos con pies de barro y bolsillos oscuros en el Telediario. Es posible que el Gobierno perciba ese nuevo aire, que galvaniza la indignación ciudadana hacia el gusto por el escarmiento a plena luz del día y bajo las cámaras de televisión de los presuntos defraudadores que antes estaban en la cumbre. Parece obvio que Rato podía haber sido citado en comisaría sin necesidad de hacer ese paseíllo vengonzante entre el portal de su casa y las dependencias policiales. Que haya sido sometido a semejante humillación, agravada por la dimensión internacional que adquiere el arresto de quien fue director gerente del Fondo Monetario Internacional, trata de demostrar ante la opinión pública que todos somos iguales ante la ley, que al Gobierno no le va a temblarle ya el pulso en la lucha contra la corrupción, que el Estado de Derecho funciona. Pero algo sigue sin carburar como debe cuando ha sido una muy discutible amnistía fiscal la que ha sacado a relucir el posible blanqueo de capitales y otras irregularidades por parte de Rato. Cuando la Justicia llega tarde ante el quebranto producido no solo en el erario común, sino en la credibilidad del conjunto del sistema. Cuando, en definitiva, se opta por exhibiciones de ejemplaridad pública más propias de los tiempos en los que se castigaba en las calles al presunto delincuente que por regenerar en profundidad el entramado democrático, de modo que no sería preciso ver detenido bajo los focos a todo un exvicepresidente del Gobierno para que la ciudadanía sepa que no cabe impunidad y que los jueces y tribunales trabajan con todos medios y la independencia exigibles para perseguir la corrupción que todo lo pervierte.

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