¿Gobernarán Ada Colau Barcelona y Manuela Carmena Madrid siendo ‘Colau y Carmena’ o ‘Ada y Manuela’? La noche electoral que mayores opciones de poder ha otorgado a las mujeres lleva camino de institucionalizar esa costumbre -molesta para algunas, tolerable para otras- por la cual las mujeres pierden el apellido en cuanto alcanzan notoriedad. Nadie se imagina a los afiliados del PP haciendo campaña bajo la consigna ‘Vamos , Mariano’ y sigue sonando raro llamar a Iglesias y a Rivera por sus nombres de pila (es cierto que Pedro Sánchez es, a veces, más ‘Pedro’ que ‘Sánchez’, pero aquí lo que pesa en contra es el patronímico terminado en ‘z’, tan aparentemente vulgar que Rubalcaba perdió el Pérez y González acabó transmutado en Felipe). Y, sin embargo, simpatizantes de P0demos en Madrid han arropado a su candidata al grito literal o implícito de ‘Vamos, Manuela’, mientras Geroa Bai optaba por despojar también del apellido a su candidata a liderar el Gobierno del cambio en Navarra haciendo bandera del lema ‘Uxue, presidenta’. Antes, también había renunciado a esa reivindicación -la de ser nombrada como los hombres, por el apellido- Susana Díaz, en unas autonómicas en las que se presentó Andalucía como una suerte de ‘Susanato’.
Quizá sea el signo de los tiempos, de la familiaridad que cunde en las redes sociales aunque tuiteros y demás no se conozcan de nada y de la trivialización que relaja los protocolos políticos. O tal vez, como sostienen algunas voces, se trata de una manera de reforzar el perfil de las candidatas subrayando, con el uso de su nombre de pila, su cercanía al votante; al pueblo, en definitiva. Pero resulta un tanto insidioso que ‘Ada’ se entreviste con Trías, al que a nadie en la esfera pública se le ocurriría apelarle Xavier; o que Oltra, la dirigente de Compromís, pueda llegar a ser solo Mónica en sus negociaciones con el resto de líderes de la izquierda valenciana para conformar el Ejecutivo de la comunidad. Convengamos, según los usos y costumbres, que uno se siente más próximo al que puede tutear y llamar por su nombre doméstico, pero también que, por eso mismo, tiende a tomárselo menos en serio. Hay un inevitable desajuste paternalista entre que las políticas sean interpeladas por su nombre de pila y sus colegas políticos preserven el apellido. Aunque el gran desafío que afrontarán Colau, Carmena, Barkos u otras que puedan acceder en las próximas semanas a la máxima responsabilidad institucional es demostrar que son capaces de gobernar. Ni mejor ni peor que ellos, ni con más o menos mano izquierda, ni con todos esos adjetivos -dialogantes, genuinas, corajudas…- con que se suelen adornar las biografías de gestión femeninas. Capaces de gobernar, que ya es bastante.