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Lourdes Pérez

La mirada

Dignidad, soberanía y referéndum

Alexis Tsipras ha planteado el referéndum anunciado el viernes por él mismo y por sorpresa como un ejemplo de democracia participativa anclada en los mejores valores fundacionales de la Unión Europea, destinado a restituir la “dignidad” de su pueblo y sortear la “humillación” chantajista a la que querría someterle la troika, identificada ahora ya directamente como ‘los acreedores’. Dejando al margen que la alambicada formulación de la pregunta (1) resulta del todo incompatible con la claridad sin matices con que se expresa el primer ministro heleno, la justificación de Tsipras del plebiscito lo sitúa, si fuera cierto su argumento y no lo que parece -un pulso por el poder-, en un terreno de imposible discusión. Porque, ¿quién no comparte que la dignidad de los ciudadanos griegos no sea un bien a preservar? ¿Quién puede defender ninguna actuación, de la UE o de quien sea, que pueda agraviarle? La dignidad no depende del dinero. Es perfectamente posible mantenerse digno siendo pobre hasta no tener casi para comer, del mismo modo que la riqueza no garantiza alcanzar la dignidad. Pero si esta parte de la  (interesada) retórica de Tsipras puede sostenerse, apoyada en el sufrimiento y la indignación de miles de griegos hostigados día a día por la austeridad, no ocurre lo mismo con la reivindicación del referéndum como ejercicio pleno de la soberanía griega. Si cabe conservar la dignidad en la pobreza, no es tan factible ser soberano cuando careces de recursos propios para sostener las necesidades cotidianas de tus conciudadanos, cuando los acreedores llaman a tu puerta y cuando tus bancos dependen de la respiración asistida insuflada por los 89.000 millones de ayuda de emergencia movilizada por el Banco Central Europeo. El relato recurrente es que son los poderes financieros en la sombra, operativos a través de la troika, los que tratan de hurtar su soberanía a Grecia. Pero aun en el supuesto de que se diera por buena esa tesis, no explicaría del todo por qué los griegos han llegado hasta aquí después de acabar con la dictadura y de tolerar durante décadas un sistema ineficaz y corrupto. Grecia no parece hoy un Estado viable, y no es solo culpa de un entorno europeo supuestamente hostil. Resulta llamativo que esta crisis siga planteándose únicamente como un feroz tira y afloja entre el Gobierno de Tsipras y sus todavía socios comunitarios, cuando la aceptación o no de la propuesta negociadora que estaba el viernes sobre la mesa apuntando a un acuerdo y la convocatoria del referéndum han partido casi por la mitad a la propia sociedad griega. Pero esas tensiones soberanas Trsipras cree haberlas orillado incitando al pueblo -a parte de su pueblo- a salir a la calle y colocándose en la cabeza de la manifestación. Ese lugar más  cómodo que el Parlamento heleno y el Eurogrupo y en el que nadie te cuestiona.

(1) Esta es la pregunta que se someterá en principio a consideración de los griegos el próximo domingo : «¿Debería ser aceptada la propuesta que fue sometida por la Comisión, el BCE y el FMI en el Eurogrupo el 25 de junio de 2015, que consiste en dos partes que juntas constituyen su propuesta integral?».

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