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Lourdes Pérez

La mirada

Las lágrimas de Federica

Una de las primeras cosas que aprendemos en la vida es que no hay que derramar lágrimas ante los demás. “Anda, no llores”, suelen reconvenir, con mayor o menor enojo, los padres a sus hijos desde bien pequeños. Llorar ante otros sigue sin tener buena prensa. Es una proyección de nuestra humanidad, sí, aunque los sentimientos del llanto también puedan simularse. Pero entre nosotros es, sobre todo, un síntoma de debilidad, de fragilidad extrema, de padecimiento y de dolor. “Es insufrible ver que lloras y yo no tengo nada que hacer”, cantaba Serrat en esa hermosa declaración de amor que es ‘Sincéramente tuyo’.  El martes, poco después de que el fanatismo yihadista volviera a reventar, esta vez en Bruselas, nuestro modo de vida para demostrar  a los europeos lo vulnerables que somos, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad no pudo no reprimir sus lágrimas en una comparecencia en Amán, Jordania; en el corazón de Oriente Medio, donde ha ido asentando sus reales el mismísimo demonio. En la era del terrorismo en Red, ese demonio vio en las televisiones de todo el mundo cómo Federica Mogherini rompía a llorar ante la devastación provocada a golpe de bomba suicida junto al complejo de la comunidad europea en el que ella y sus colaboradores trabajan a diario. Ese espacio que continúa simbolizando la paz, la libertad y la democracia compartida  pese a que la Unión esté en sus horas más bajas, quiebre su propia identidad desentendiéndose de los refugiados y sea incapaz de aplicar medidas más eficaces y coordinadas contra la amenaza terrorista. Durante unos segundos, Mogherini aparcó lo que representa y lloró como lo hubiera hecho Federica en la intimidad. Orilló, incluso, que si alguien no puede permitirse el llanto en público son las mujeres que, con mucho sacrificio, han llegado a las más altas responsabilidades en política; las lágrimas, la definición milenaria de la supuesta flojedad femenina. Es verdad que Mogherini resultó más empática hacia las víctimas que los encorbatados y burocráticos ministros de Interior reunidos ayer con urgencia en Bruselas para admitir, sin empacho, que sabemos cómo combatir al yihadismo, pero que no terminamos de aplicarnos conjuntamente en hacerlo. Pero las lágrimas de la Alta Representante de la UE proporcionaron al demonio el combustible con el que recarga su energía: el sufrimiento ajeno y la evidencia de que una frustración bañada en llanto invade a ‘los infieles’ por no poder refrenar la maldad absoluta. Aunque humanamente no pudiera contenerse, Mogherini eligió el día más inadecuado para reaccionar como lo harían todas las Federicas con alma del mundo.

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