El primer Gobierno de ultraizquierda en la Europa del euro y de la crisis no tiene ni una sola mujer entre sus miembros. El Ejecutivo de ‘machos alfa’ de Alexis Tsipras ha provocado aquí una oleada de críticas, en la que se mezclan el reproche evidente -¿puede un Gabinete que se declara transformador excluir de su representación a la mitad de su ciudadanía, además históricamente castigada?- con las ganas de parte del arco parlamentario español de colocar bajo sospecha a Syriza por su asociación con Podemos. La cuestión de fondo no es tanto si un partido aparentemente rompedor y que hace bandera de que los griegos -todos, hombres y mujeres- recuperen su “dignidad” frente a la troika puede permitirse gobernar sin ninguna ministra: es si esa alternativa puede permitírsela cualquier país moderno, que es lo mismo que preguntarse si cabría la opción de un equipo gubernamental exclusivamente femenino en cualquier lugar avanzado del mundo. Pero la casualidad ha querido que la controversia griega por este asunto se haya cruzado con la notoriedad que ha alcanzado estos días Susana Díaz con su decisión de adelantar las elecciones andaluzas al 22 de marzo, lo que se ha combinado, a su vez, con la confirmación pública de que la presidenta de la Junta está embarazada; una circunstancia inédita en los casi 40 años de democracia española, porque, entre otras cosas, apenas ha habido -y va ya para cuatro décadas- lideresas autonómicas. En el camino, es este país tan airado porque Tsipras solo se rodea de hombres, Susana Díaz ha perdido el apellido, como les acaba pasando a casi todas las políticas, que son identificadas por su nombre de pila como si quien habla o escribe de ellas las conociera de toda la vida y pudiera utilizar un tratamiento tan confianzudo. Continúa ocurriéndole a alguien con tanto poder como Soraya Sáenz de Santamaría, que será Soraya para los restos aunque llegue a ser presidenciable: ahí está el ejemplo de Roussef, que sigue siendo Dilma en no pocos titulares de Prensa. Es probable que la política ‘masculinice’ a las mujeres que aspiran a gobernar. Pero por ahora es más evidente que la política aún mayoritariamente territorio de los hombres no sabe muy bien cómo lidiar con las mujeres que quieren mandar; y además mucho, en pie de igualdad con ellos. Lo que no obsta para que el maniobrero adelanto electoral de Díaz no merezca censuras más allá de achacarle una ambición por medrar que siempre ha sido, por otra parte, típicamente masculina. Pero hay más contradicciones que demuestran lo fácil que es ver la -notoria- paja en el ojo de Tsipras antes que la viga en el propio. El todavía líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, ha despachado la polémica sobre el Gobierno unisex griego sugiriendo que eso no ocurriría si su partido gobernara España. Por de pronto, y como la mayoría del resto de formaciones, ninguna mujer ha encabezado IU -al propio Lara lo va a relevar en breve Alberto Garzón-, lo cual es llamativo en la sigla heredera del Partido Comunista que tuvo a Dolores Ibarruri como referente cuando la presencia de la mujer en política era poco menos que una quimera. Y qué decir de Podemos, con una visibilidad pública en la que predomina la testosterona y cuyos candidatos a dirigir las organizaciones territoriales son también mayoritariamente hombres. Viene un largo e intenso ciclo electoral del que se espera cambio, aunque no se sepa muy bien hacia dónde y para qué. Pero cambio que, en todo caso, no parece que vaya ampliar, viendo los cabezas de lista -también en Euskadi- la presencia de las mujeres allí donde se toman las decisiones. Esto no es Grecia, pero habría que ver dónde estaríamos sin cuotas y sin leyes que obligan a aplicar la igualdad.