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Lourdes Pérez

La mirada

Monedero y la pureza

La pureza y la castidad son dos votos físicos y espirituales incompatibles con el peso, contante y sonante, de los votos en las urnas. Si uno pretende mantenerse casto y puro en lo que cree y en lo que aspira a conseguir a través de unas siglas, mejor que desista de intentar hacer carrera política. Esto no es ningún demérito de la política, antes al contrario. La autenticidad es, sin duda, un adorno que los ciudadanos valoran, especialmente en tiempos de corrupción, insuficiencia económica, principios ideológicos diluidos e impostada retórica pública. Pero el ejercicio político en las sociedades complejas aboca al mestizaje, a la pluralidad, a la contaminación bien entendida; en definitiva, a escuchar a los otros -y quién sabe si a copiarles lo que sea asumible-, a transaccionar, a ceder y a pactar. Lo que no sea eso, y la España de las mayorías absolutas o incluso absolutísimas lo demuestra, conduce al ensimismamiento y la melancolía, cuando no directamente al sectarismo. Desde que las europeas, las elecciones más anodinas de nuestro panorama electoral, le invitara a “asaltar el cielo”, Podemos ha tratado por todas las maneras de mantenerse casto y puro. Pablo Iglesias trató de esquivar los riesgos de contagio que atisbaba ante la campaña del 24-M, a sabiendas de que los resultados en las urnas dan siempre la medida de cada uno y ponen a cada uno en su sitio. Y el sitio que la dirección de Podemos quería para su proyecto adanista era la pureza frente al agotado “régimen del 78”. La exaltación victoriosa del ‘yo’ contra todos los que representan lo que ‘yo’ proclamo que detesto. Ganar para no mezclarme con nadie teniendo que acordar, teniendo que violentar mi castidad frente a la casta y renunciando a la pureza de los indignados que he convertido en mi bandera más identificadora.

Juan Carlos Monedero ha venido a reivindicar el regreso a los orígenes, a la pureza y la castidad, en sus declaraciones de despedida de la dirección de Podemos. Aunque él haya contribuido a mancillar ambas, probablemente más que nadie, con sus polémicos, millonarios y nunca bien explicados ingresos por sus trabajos para la Latinoamérica bolivariana. Es cierto que el alcance de esa elusión fiscal palidece ante la ristra de corruptelas que lleva soportando la ciudadanía toda la legislatura. Pero es lo que tiene atrincherarse en la castidad y en la pureza, que cuando ambas se quiebran, o se sospecha que se han vulnerado, ya no cabe marcha atrás, no es fácil borrar esa mancha del expediente. Y menos cuando los tuyos parecen dispuestos a flirtear con los mismos que tanto se han mofado de tu desliz. El adagio dice que la política hace extraños compañeros de cama. Un lugar donde, ya se sabe, difícilmente disfrutan los castos y puros.

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