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Lourdes Pérez

La mirada

El otro relato

El final de la violencia de ETA ha dado paso a lo que se ha dado en llamar ‘la batalla del relato’ sobre lo que han significado tantas décadas de terrorismo entre nosotros. La evidencia de que la banda armada tuvo que abandonar los atentados porque ya no le quedaba otra y sin ninguna de sus históricas reivindicaciones como contrapartida dejó sin argumentos a quienes en 2011 continuaban mostrándose condescendientes con los asesinatos, las amenazas y la extorsión bajo la coartada de la existencia de un conflicto político irresuelto. Silenciado el ruido de las pistolas, Euskadi encara dilemas morales que habían permanecido solapados por la tragedia: por ejemplo, si es admisible la distinción entre lo que muchos vascos siguen considerando una “ETA buena” durante la dictadura y la “ETA mala” que ha matado más en 40 años de democracia que durante el franquismo. Fracasado el intento de quienes avalaron la violencia y quienes comprendieron el recurso a la misma de blanquear un pasado que regresa, implacable, con cada aniversario de las víctimas, el pulso se centra ahora en esa ‘batalla del relato’ que mantienen, en un resumen muy minimalista, quienes niegan cualquier justificación legitimadora de ETA y quienes insisten en contextualizar su trayectoria criminal en virtud de un impulso político; equivocado, pero político al fin. Es el pulso también entre los lúcidos de primera hora que se posicionaron contra el terror y que lo denunciaron aun a costa de su integridad personal y aquellos que han acabado llegando al mismo punto de rechazo de la violencia, aunque por caminos más tortuosos, menos comprometidos y en ocasiones exculpadores de un pasado que nos señala. Pero bajo todo ello hay otra pugna, esta más sutil aunque igualmente relevante, que se libra dentro del propio mundo de la izquierda abertzale. Entre quienes han optado por hacer autocrítica de lo que representó la violencia que ellos mismos practicaron y quienes tratan de ganar el presente y el futuro político y electoral eludiendo cualquier mirada que cuestione por qué ETA hizo lo que hizo; que viene a ser tanto como cuestionar lo que cada uno decidió en un momento determinado. La casualidad ha hecho que la excarcelación de Arnaldo Otegi haya coincidido con la de Joseba Urrosolo Sistiaga, condenado por nueve asesinatos y dos secuestros y cabeza visible de la vía Nanclares, la denominación que reúne al puñado de reclusos que se desmarcaron de las armas y han querido manifestar empatía hacia el sufrimiento provocado a sus víctimas. Señalados como ‘traidores’, los internos de Nanclares no han cargado en estos años contra sus antiguos compañeros de armas que se resisten a acogerse a la legalidad para su reinserción, pero sí contra los “comisarios políticos” que han entorpecido, a su juicio, la resocialización realista de los presos. El paso de las semanas permitirá comprobar cómo encajan en la Euskadi sin violencia la izquierda abertzale ortodoxa que pretende afrontar los desafíos de la nueva política bajo la batuta de Otegi,  sabiendo que el ‘frente de las cárceles’ está por encauzar, y ese grupo de disidentes que estaría en condiciones de hacer un mejor proselitismo social tras la salida de la cárcel de Urrosolo Sistiaga.

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