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El fútbol español ha vivido siempre de cierto toque de impunidad, de todo vale, de ausencia de límites. En un país en el que el deporte, especialmente el fútbol, se ha convertido en un anestésico para las masas, a nadie le debería de extrañar que la autoridad competente, cuando no lo ha intentado manejar directamente, se ha limitado a dejarlo estar con una libertad de acción realmente notable. El fútbol, además, ha servido como catalizador de sentimientos de todo tipo, desde ideológicos, hasta nacionalistas, del localismo más cercano a la pertenencia más amplia. Todo un filón cuando de lo que se trata es de tener al personal distraído con asuntos menores. Es obvio y normal que muchos prefieran que se hable de Mourinho que de la situación económica, mejor discutir por un penalty que por el paro. Por eso el fútbol nunca morirá. Por eso, a quien corresponda, nunca dejará que el fútbol muera.

La crisis económica en el fútbol no es algo nuevo. En el siglo pasado, a finales de los años ochenta, los clubes españoles debían casi 21 mil millones de pesetas. Papá Estado intervino y con el dinero de las quinielas, con una bondad infinita por parte de Hacienda y demás instituciones públicas, culminando el saneamiento de las cuentas con un proceso extraño proceso por el que los clubes dejaban de pertenecer al socio, para convertirse en sociedades de accionistas. Partir de cero para volver a empezar…a empezar las gestiones desalmadas, la presencia de personajes de dudosa respetabilidad en muchos casos al frente de los consejos de administración, a dilapidar ingentes cantidades de dinero en operaciones absurdas, a perpetrar atentados financieros contra los balances de cuentas y a seguir todos y cada uno de los pasos que conducirían al fútbol a la casilla de salida del desastre.

Todo este panorama se vio agravado con la famosa burbuja o burbujas, que el fútbol puede presumir de tener varias. La inmobiliaria, con las operaciones urbanísticas sobre estadios situados, en muchos casos, en lugares privilegiados de las ciudades. La televisiva, con ingresos fuera de mercado por parte de televisiones ávidas de ganar la guerra del fútbol. La de las plantillas, en una carrera sin sentido por ver quién tenía el futbolista más caro o el entrenador de mayor caché. Gestión delirante para resultados dementes. Hasta hoy.  La desolación económica llega hasta 22 clubes en concurso de acreedores, incluidos aquellos equipos de segunda B que presuntamente tienen carácter aficionado. Cien millones de euros solo de deuda con Hacienda para unos números rojos que se pierden por su grandeza y que algunos sitúan en la cercanía de los 5.000 millones de euros. En cualquier otro sector productivo, el negocio del fútbol hace ya varios años que tendría que haber echado el cierre. Algún embargo esporádico, algún descenso de categoría, pero poco más. Quienes más deben, siguen fichando, contratando y viviendo como si la deuda fuese solo un chiste malo ¿Hasta cuándo? Pues hasta cuando el Gobierno quiera ¿Se dejará morir al fútbol? En estos tiempos se hace duro explicar a un ciudadano que es prioritario salvar antes a un club de fútbol endeudado hasta el infinito y mucho más que mantener abierto un hospital público, pero nunca se sabe… Pan y circo. Tan viejo como los romanos.

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