El fútbol es uno de esos extraños negocios en los que el cliente nunca tiene razón, se le pone todos los obstáculos imaginables para hacerle la vida fácil y se intenta por casi todos los medios echarle del local. Raro, pero cierto. Especialmente en España, un país que ha maltratado por sistema a los aficionados, ocasionales o de carné, provocando una lenta, pero inexorable deserción en las gradas, como se ha visto recientemente en la última eliminatoria de Copa o incluso en un duelo de Champions con el pedigrí del Real Madrid y el Ajax. Antaño, habría bofetadas por entrar en el Bernabéu para ver este partido, aunque no hubiera gran cosa en juego.
Dicen que se trata da la crisis económica, que está provocando que se prescinda de lo superfluo para poder comer hasta fin de mes. El ocio, la cultura y el entretenimiento tiene casi la consideración de artículo de lujo, con lo que el último meneo con el IVA lo ha dejado temblando aún más. Dicen también que las televisiones están matando a las aficiones por su afán de lucro, dispersando la jornada en tres días y colocando unos horarios imposibles. Y tienen razón, aunque se olvidan de señalar a los grandes culpables de esta sangría de espectadores: los propios clubes.
Cuando se vende el alma al diablo, hay ingenuos que piensan que el maligno se olvidará de cobrarse algún día el favor prestado. Error. Después de haber sangrado a las arcas públicas con el mal llamado Plan de Saneamiento, los dirigentes de nuestra Liga de las Estrellas (al que puso este calificativo le tendrían que dar un premio), se encontraron, pasados los años, con que volvían a estar en la miseria, en la más absoluta de las ruinas financieras. El Mister Marshall salvador fueron unas televisiones necesitadas de audiencia y, al parecer, sobradas de dinero, las que comenzaron a pagar a los clubes cantidades indecentes e irreales por los derechos de transmisión. El maná llovido del cielo puso de nuevo en marcha la rueda del gasto, mala gestión para volver, una vez más, a la casilla de salida de la quiebra financiera. Las gallinas que salían superaban a las que entraban, que diría José Mota.
También las televisiones se percataron de que el esfuerzo no merecía la pena por un puñado de espectadores. Los balances no cuadraban, así que llegó el hombre de negro de las operadoras para poner un poco de orden al asunto. De entrada, solo se paga por lo que resulta rentable y, a día de hoy, solo son rentables dos equipos. El resto, se tendrán que conformar con los restos. Si los aficionados quieren ver fútbol en televisión, toca pagar. Se acabaron los grandes partidos en abierto y en la mejor hora de los sábados. También los hinchas tendrán que acostumbrarse a que su equipo juegue un viernes, el sábado próximo a las diez, el domingo a las doce del mediodía o el lunes a las nueve de la noche. El diablo se está empezando a cobrar el alma del fútbol.
En cuanto a los clubes, obviamente poco pueden hacer con estos horarios y fechas. Lo malo es que aún no se han percatado que vender por cien euros una localidad para asistir a un partido de liga con la que está cayendo es como pegarse un tiro en el pie. También los pesos pesados de la Liga fueron quienes decidieron que las eliminatorias de Copa fuesen a doble partido para evitar sustos, aún a costa de enormes huecos de cemento en los estadios grandes. Si a eso le añades que cuando accedes a un estadio te tratan como un presunto delincuente con malas intenciones, porque te revisan hasta las pestañas y luego te enjaulan o, si eres del equipo rival, te conducen como si de ganado trashumante se tratara con la grata compañía de los antidisturbios, la verdad es que a más de uno le entra pereza de salir de casa. Imagina por un momento que el dueño del bar en el que te tomas las cañas con tus amigos, te registra en la puerta, te coloca en la esquina, te dice que solo puedes entrar el lunes a las nueve, te cobra la cerveza a precio de petróleo y después te da una patada en el trasero. Pues más-menos es lo que está haciendo el fútbol.