Odioso, pero esclarecedor, incluso para el madridista más acérrimo y recalcitrante, la comparación entre el bodrio-partido del Madrid en Pamplona y el espectáculo ofrecido por el Barça en Málaga, todo un sapo para los dirigentes blancos que en su día decidieron que Manuel Pelegrini era poco menos que un apestado. Odioso, pero cansino, escuchar jornada tras jornada las insinuaciones envenenadas de un entrenador que ha perdido el norte desde hace meses, dejando caer responsabilidades en jugadores, directivos y aficionado por lo mal que juega su equipo, como si Toñín, el Torero, fuese responsable del desastre táctico que se palpa en los campos. Odioso, pero significativa, la huida hacia adelante emprendida por quien en su día no tuvo el menor reparo en autoproclamarse abanderado de una nueva era del fútbol español. Hace tiempo que la sibilina mente de este maquiavélico entrenador está a años luz del Bernabéu o Valdebebas y con el camino de salida diseñado paso a paso. Nada nuevo en su trayectoria profesional.
Las odiosas comparaciones van, no obstante, más allá de las personas. Se trata también de filosofías diferentes de ver y de entender el fútbol. Partiendo de la base de que aquí lo único que cuenta es ganar y que lo demás son milongas, se pueden hacer las cosas de muy distinta forma. Unos apuestan por gente inexperta, pero implicada en la idea de club desde que eran recogepelotas en el Camp Nou. Fue un gran riesgo ofrecer a Guardiola el puesto de primer entrenador con tan corto bagaje previo en los banquillos, pero resultó todo un éxito. Los datos son demoledores. También fue arriesgado apostar por el segundo entrenador para sustituir a Pep, pero el envite también fue ganador, a pesar de las terribles circunstancias personales que está viviendo Tito Vilanova. Los datos también asustan. Todo ello aderezado con una generación única de futbolistas formados, en su mayoría, de las categorías inferiores del propio club y que han mamado un estilo de juego definido que enamora a amigos y a enemigos.
La otra forma de ver el fútbol apuesta por buscar la excelencia allá donde se encuentre y cueste lo que cueste. Se abre el catálogo, se elige y se paga. Lo mejor de lo mejor. Punto. Mala ecuación aquella en la que las variables son la urgencia histórica por ganar un título, las encuestas de opinión entre los aficionados, el pánico a los silbidos de un estadio dirigidos al palco y el número de ceros del talón con el que se pagan los fichajes. Cuando se dejan de lado la esencia y la historia, la centenaria historia que te precede, son muchas las posibilidades de terminar fracasando. Sin embargo, lo peor no será el acabar el año en blanco. Lo peor, sin duda, serán los daños colaterales que provocarán, de seguir así las cosas, la salida de Mou. Las heridas pueden ser profundas. Y el año que viene elecciones, nueva visita al catálogo, cifras para provocar mareos y un nuevo inquilino de rutilante en el banquillo. Y la vida seguirá igual.