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¿Quién quiere ser árbitro en España?

Los árbitros españoles son unos paquetes. Punto. Son malos hasta el dolor. No aciertan una, su preparación técnica deja mucho que desear, son rencorosos, malvados, reincidentes y, como te hayan tomado la matrícula, te puedes ir preparando que no te van a perdonar una. Añade a todas estas virtudes que son unos prepotentes y unos perdonavidas condescendientes que levitan por los terrenos de juego de todo el país simulando que reparten justicia. Siempre barriendo hacia el poderoso, al que solo les falta hacer reverencias y doblar el lomo cuando salen por la boca del vestuario. Pelotas con los de arriba, impíos con los de abajo. Así son los colegiados españoles si haces caso a las declaraciones de futbolistas o entrenadores, los discursos incendiarios de muchos dirigentes y los brillantes comentarios de ex periodistas, confundidos ahora entre la masa de los más fieros hooligans. Los convictos por asesinato o los políticos de cualquier signo tienen más credibilidad que un árbitro de fútbol en España.

Hay que estar muy desesperado en esta vida o contar con más paciencia y capacidad encajadora que un Santo Varón para dedicarse al arbitraje. No tienen ninguna posibilidad. Están vendidos. Siempre serás el recurso al que acudir para justificar las derrotas. Si Cristiano falla un penal, será un lance del juego; si al colegiado se le escapa señalar la pena máxima, es que es un inútil integral. Si esperan que los dirigentes, presuntos tipos sensatos y ponderados, apañados van. Si esperan que los jugadores, incluso los más veteranos -¿verdad, Albelda?- les ayuden en la semana de un gran choque, que se olviden. Si pretenden que los medios de comunicación ayuden a apagar incendios o a calmar una grada encendida, lo más probable es que necesiten de protección policial para poder llegar al estadio e implorar por un resultado lo bastante contundente como para pasar desapercibido ante la sospecha. Definitivamente, eso de ser árbitro no es una buena idea.

Tampoco ayuda mucho la organización pseudomilitar que maneja los hilos del colectivo. Por imperativo legal, los árbitros no pueden hablar y defenderse, así que mientras que una mega estrella deja caer a través de su cuenta de twitter que esa noche le han hecho la vida imposible, el acusado sin mentar solo puede desearle felicidades por la próxima paternidad. Y si espera que el gran jefe del arbitraje le defienda y de la cara por sus subordinados, lo mejor es que espere sentado. La transparencia no es una virtud que adorne al arbitraje español. Es más fácil aprender japonés que descubrir cómo se decide qué árbitro asciende o baja de categoría o quien tiene que dirigir los partidos de mayor caché, con el prestigio, dinero y estatus que ello supone. Si a eso se le añade que el peor enemigo de los árbitros en activo son sus propios compañeros de gremio ya retirados, críticos feroces y sin piedad, que juzgan y condenan tras ver la misma jugada repetida cien veces y con el culo, eso sí, sentado y calentito en el plató de televisión o la redacción del periódico o radio en la que colaboran, pues apaga y vámonos. Definitivamente, eso de querer ser árbitro en nuestro país es un gran misterio…

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