El baloncesto en este país ha gozado desde siempre de una merecida fama de deporte sanote, divertido y, por qué no decirlo, algo elitista. No por ser practicado por gente de dinero, sino por tener, quizá, un nivel cultural o educativo más alto que, por comparar, los aficionados y practicantes del fútbol. Rara era la noticia sobre una pelea, bronca, invasión salvaje o comportamientos antideportivos en una cancha de baloncesto. Tampoco resultaba extraño conocer a jugadores que entrenaban por la mañana y por la tarde acudían a la Universidad para convertirse en médicos o ingenieros, especialmente en la generación previa a la de Oro de nuestro baloncesto en la que tipos como Alfonso del Corral, Juan Corbalán, Andrés Jiménez y demás, contaban con una formación cultural envidiable. Me anticipo a quienes ya están despotricando contra esta modesta Taberna: claro que el baloncesto en España ha vivido momentos de tensión, que se han lanzado monedas a la pista en los partidos de alta tensión o que saltaban chispas entre algunas aficiones, pero nunca, nunca se había traspasado la delgada línea roja que separa el ánimo algo exaltado de la violencia física o verbal gratuita. Hasta ayer en Vitoria.
Un sabiniano convencido como quien escribe estas líneas sobre el daño que hacen las banderas, se sigue sorprendiendo de que un espectáculo exclusivamente deportivo, de baloncesto, la competición más bonita jamás diseñada en España, con una movilización de aficionados increíble, con sanas rivalidades, partidos épicos como el Madrid-Barça del primer día y una ciudad que vive las 24 horas del día durante ese largo fin de semana tan especial por y para el baloncesto, acabe convirtiéndose en un plebiscito en las gradas sobre la monarquía o la ley de Educación. Es una lástima que una gesta como la lograda este domingo por el Barça (23 títulos de Copa), que la magia de uno de los mejores jugadores de todos los tiempos como Navarro, que el descaro de Huertas, la brega y lucha de Mickael, la épica en la derrota del Madrid en los cuartos de final, el quiero y no puedo del Estu, el pundonor y espíritu guerrero del Valencia, con un luchador como Peras al frente, que toda esta fiesta del Ba-lon-ces-to, haya quedado manchada en el resumen de noticias con el destacado de la pitada al Rey, al himno y al ministro de Educación cuando entregaba la Mini Copa a los críos del Real Madrid, víctimas colaterales, a quienes se les privó de uno de los momentos más lindos de su corta vida deportiva.
Hay quien dirá que es solo una anécdota y que pelillos a la mar. También este fin de semana pudimos ver cómo la final de la Copa en Grecia tuvo que jugarse en un pabellón vacío tras el lanzamiento de una bengala (hay que ser descerebrado), que impactó en un jugador de Olympiakos, sin que nada grave sucediera por fortuna ¿Es ese el baloncesto que queremos para nuestro país?