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La intrascendencia dañina

Hace años un insigne periodista deportivo, ya retirado de circulación, afirmaba que las tertulias y debates radiofónicos eran el recurso utilizado por los directores de los programas para tapar sus escasas ganas de trabajar. Horas y horas de radio y platós de televisión dedicadas a debatir sobre la actualidad del día en lugar de horas y horas de investigación y trabajo oscuro, muchas veces sin fruto, para poder ofrecer noticias a los oyentes o espectadores. Hace años, si se destripaba un periódico o un programa de radio deportiva, un 75% del contenido era información pura y dura. Se peleaba por la noticia, por arrebatar la información a la competencia, por ser el primero en afirmar ‘como les puede adelantar el diario tal o el programa cual…’. La lucha por ser el primero en entrevistar al flamante fichaje de tal equipo o al protagonista del día era feroz, sin cuartel y muchas veces utilizando métodos situados al límite de la legalidad o, cuando menos, rozando la falta de ética. El 25% restante era opinión del propio responsable del programa o columnistas, periodistas en su mayoría, gente capacitada y con una enorme credibilidad para poner la guinda al pastel de cada día. Y funcionaba, vaya si funcionaba este modelo de periodismo. Nunca este país vivió otra época más dorada que esta, en la que cada noche se concentraban alrededor de los programas nocturnos millones de insomnes o cada mañana también millones de lectores devoraban las páginas de la prensa deportiva. Y era un gran negocio, que facturaba millones de euros en publicidad, daba de comer a muchas familias y generaba riqueza y pingües beneficios a las empresas. Y era también un saludable contrapeso de los poderes que manejaban el deporte, las federaciones, los clubes, que se veían obligados a rendir cuentas ante la opinión pública a través de los medios. Claro que se produjeron abusos, cuando el líder comunicador decidía convertirse en salvador de la patria y azote de herejes, pero compensaba, por supuesto que compensaba.

Hoy día es raro encontrar noticias en los medios. El control ejercido por los departamentos de prensa y propaganda de los clubes, jugadores, empresas, federaciones y demás integrantes del deporte es tal, que nada o casi nada se escapa a su férreo control. Los medios, con las excepciones de rigor, son simples altavoces de discursos elaborados y censurados por otros, por lo que el único reducto que le queda al librepensamiento es el tiempo dedicado al debate y a la opinión. Algo es algo, que en Corea del Norte están todavía peor. Aquí hay dos opciones. Los hay que buscan su seña de identidad en el rigor, tanto en la selección de los asuntos a tratar como en quiénes han de hacerlo. Son una minoría. Otros optan por rebajar al deporte a la categoría del cotilleo puro y duro, con ganchos sacados del manual de ‘Aquí hay tomate’ que te conducen a estupideces intrascendentes, contertulios a los que se valora, siguiendo las directrices de ‘Sálvame’, por el nivel de decibelios emitidos por sus gargantas, y con una frivolidad y falta de pudor tales que ya empiezan a inquietar a los maestros y pioneros en estas lides como Jorge Javier Vázquez. Este último y numeroso grupo es el que está detrás del último y ridículo montaje creado para rellenar horas y espacios y que ha pretendido crear un absurdo enfrentamiento entre Vicente del Bosque y José Mourinho con el Francia-España de por medio, dando un paso más en la espiral de falta de recursos. Un asunto banal y ridículo, de no ser por los daños colaterales a un buen tipo como el seleccionador y a un grupo irrepetible de jugadores. No siempre debería valer todo por la audiencia.

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