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El lado oscuro del Fútbol

El fútbol, como buen espejo de nuestra sociedad que es, cuenta con una representación de todos los estamentos sociales que, grandeza del deporte, coinciden durante noventa minutos en un espacio reducido llamado estadio, juntos, pero no revueltos, con el único teórico fin de animar a un equipo de fútbol. Los más pudientes se acomodan en tribunas cubiertas o incluso palcos privados, con bellas azafatas de trato exquisito y viandas también exquisitas para amenizar el espectáculo. Según descendemos por la escala social, subimos en la ubicación e incomodidad de los asientos. Sin azafatas ni refrigerios, salvo que se acuda a los bares del recinto, en los que el alcohol está vedado, salvo que lo lleves ya ingerido desde la calle. También hay un grupo que normalmente se sitúa en los fondos del estadio. Son los más bulliciosos, coloristas, fieles e incondicionales seguidores del equipo. Son minoría, pero se hacen sentir. Son los radicales, los ultras, los hooligans del fútbol.


El fútbol es un estado de ánimo y muchos responsables de los clubes se quejaban amargamente de la frialdad de los estadios cuando el equipo tenía en encefalograma deportivo plano. Jugar en nuestra propia casa es un infierno, decían, hasta que, un día, descubrieron la existencia de un grupo pequeño que nunca desfallecía ni dejaba de animar, pasara lo que pasara en el terreno de juego. Su estética provocaba cierto temor, sus antecedentes, muchos de ellos penales, poco invitaban a la tranquilidad de su presencia; su capacidad de intimidación, también era inquietante pero, pensaron los dirigentes, si logramos socializarlos, domesticarlos con prebendas, trato de favor y apoyo institucional, nos garantizamos un estadio tipo olla a presión. Y lo hicieron.
Los aficionados de la mayoría silenciosa comprobaron que sus vecinos del fondo radical acompañaban al equipo en sus desplazamientos, se fotografiaban con los jugadores con entera libertad, contaban con espacios reservados en el estadio para guardar la parafernalia propia de la animación. Se sospechaba, además, que estos irreductibles aficionados no pagaban un solo euro por los abonos y entradas o que los viajes en autobús a los campos rivales estaban generosamente subvencionados por los directivos. Incluso se sabía de la existencia de redes paralelas de venta de esos pases de favor con los que estos grupos hacían un negocio redondo, con el beneplácito, por acción u omisión, de sus patrocinadores del palco presidencial. No pasaba nada. Mientras siguieran siendo la salsa dele equipo, bien se podía mirar hacia otro lado. Hasta que pasó.
Los torpes dirigentes de nuestro fútbol, además de sus desmanes económicos, crearon un monstruo que fue creciendo, engordando, haciéndose cada día más ingobernable, respondón y peligroso. Sus exigencias crecieron al tiempo que sus amenazas y poder disuasorio contra la mayoría de espectadores llamados ‘normales’. Se consideraban a sí mismos como la reserva espiritual del club, del escudo, incluso por encima de los propios colores. Eran la esencia de un sentimiento, por lo que se autoproclamaron guardianes de la ortodoxia más cerrada. O estás conmigo o estás contra mí, no hay lugares intermedios. Los padres de la criatura se asustaron cuando el mensaje enviado por los cabecillas era simple: o pagas o te incendio el estadio. Y pagaron, vaya si pagaron. Incluso algunos clubes modificaron las gradas para la mejor ubicación y minimización de los riesgos que pudieran provocar. Otros, seguro que inducidos por el miedo y la presión de las autoridades, se decidieron a cortar el cordón umbilical que les unía con los radicales. Y funcionó durante un tiempo hasta que, una vez más, algunos se empeñan en tropezar con la misma piedra ¿Cuántas multas habrán de pagar y desperfectos recomponer para que se den cuenta de que la hidra, si la alimentas, no deja nunca de crecer?

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abril 2013
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