Fin de curso. Despedidas, algunas con una carga emotiva muy especial. Hay quien nunca debería de marcharse por el enorme vacío que va a dejar. Otros, como diría el dicho, tanta gloria lleven como paz deja. Siempre en esta modesta Taberna nos quedaremos con los adioses de lagrimón y pañuelo. Ponía los pelos como escarpias ver a un estadio conmocionado por la tragedia del descenso aplaudiendo a rabiar, llorando a rabiar por el dolor, el adiós y la pena, la enorme pena, de Juan Carlos Valerón. Si un día alguien en este país se decide a montar un pabellón de futbolistas ilustres y buenos, el de Arguineguín será de los primeros en tener un destacado lugar. Me deja un hermano, se me va media vida, decía ocultando los ojos enrojecidos Manuel Pablo, y es verdad. Nos hemos quedado un poco huérfanos con la retirada de uno de los mejores futbolistas y mejores tipos que han pasado por el fútbol español, tan cargado de estrellato efímero, culto a la personalidad fugaz y ególatras reconcentrados. El canario, Falcao y Abidal tendrán siempre un hueco en el corazón de los aficionados.
Hubo más despedidas este sábado de pasión, duro, cruel, emotivo al máximo (gracias, Liga del Desvarío Profesional, por dejarnos disfrutar de una jornada de RADIO, con mayúsculas, inolvidable como las de los viejos tiempos), aunque no todas fueron iguales. Un adiós clandestino fue el que firmó Fernando Llorente en Vallecas, en claro contraste con el desbordado baile de Philippe Montanier, a quien la Real echará muchísimo de menos tras meter a los vascos en Champions tras un año durísimo, con críticas feroces que ahora, por arte de magia, son todo elogios y parabienes. Navas era manteado en Nervión, camino de la fría Manchester y confiando que no sea otro Reyes emigrante con retorno anticipado. Y los ceses de convivencia en el Real Madrid, que son caso aparte.
Hay quien ve en las desabridas palabras de Higuaín una estrategia artificial para mejorar contrato o estatus en la plantilla. Otros, en cambio, ven un ejemplo más de jugador maltratado por cuerpo técnico y grada y que, harto de tener que estar reivindicándose día tras día, prefiere cambiar de aires. Es posible. En cualquiera de los casos, no sería ni el primer ni el último caso de este juego del me quiero quedar, pero como me tratáis así de mal, lo mejor para ambas partes es que me vaya. Difícil solución para un club que, a día de hoy, no tiene entrenador.
En este catálogo de marchas, el adiós más triste y feo fue el que protagonizaba Mourinho en el Bernabéu. Enfadado con la prensa, dejando a tres de sus pesos pesados fuera de la convocatoria, la salida de Mou fue casi un morir matando, con mucho rencor acumulado tras demasiadas batallas libradas en un año interminable. Vaya contraste con las lagrimas de Materazzi. La indiferencia, posiblemente el peor de los sentimientos, fue lo que marcó la salida del otrora mejor entrenador del Mundo, el Special One, Two and Three. Una placa de los ultras blancos será el recuerdo que se lleve a Londres. Suponemos que aún debe de estar preguntándose por qué, por qué, por qué.