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El Poder de los Ultras

Sala de prensa del Levski de Sofía. Ivaylo Petev era presentado como nuevo entrenador del equipo tras haber hecho campeón de liga al modesto Lugogorets, equipo de la localidad de Razgrad, rompiendo la hegemonía de los dos famosos clubes capitalinos, el Levski y el CSKA de Sofía. Un día feliz para este joven entrenador que quedó ensombrecido cuando un grupo de valientes encapuchados irrumpieron en la presentación, arrancándole la ropa del Levski e invitando a Petev a que renunciara a ser el entrenador del primer equipo. Puro matonismo. 100% efectivo. Horas después, Ivaylo Petev dimitía, sin haber siquiera dirigido el primer entrenamiento. Estos mafiosos consideraban que Petev no era merecedor del gran honor de dirigir al equipo de sus amores, como si de ellos dependiera el control de calidad de los sentimientos de un club. Lograron su propósito.

¿Tanto poder tienen los ultras en el fútbol?
Hubo un tiempo en el que los ultras gozaban de la protección de los dirigentes del fútbol. La peregrina excusa era que siempre animaban, siempre estaban apoyando al equipo, especialmente en las circunstancias más difíciles. Eran los irreductibles, los que convertían a los estadios en ollas a presión, miedo escénico e imagen colorista de un tifo espectacular para las fotos de los periódicos. Y había que apoyarles con un trato privilegiado, localidades gratis con las que hacer negocios, viajes con el equipo subvencionados, espacios propios en el estadio y comprensión ante los excesos. Hasta que se perdió el control sobre el monstruo, lo mejor de cada casa, que quiso tener vida propia, ser independiente, tomar decisiones y condicionar los actos de sus antiguos patrocinadores por la vía del chantaje: o aceptas mis condiciones o te organizamos un follón en el estadio que Competición te lo clausura durante un par de partidos. Tú decides. No era ninguna balandronada. Entre sus ‘hazañas’, cuentan con delitos de sangre, así que no se podía tomar a la ligera la amenaza.
El monstruo se consolida
Hoy día, con las sociedades anónimas, los ultras no ponen o quitan presidentes, aunque sí que mantienen su capacidad para hacer la vida más o menos placentera a los consejeros delegados, a los accionistas mayoritarios o a aquellos futbolistas a los que consideran no defienden lo suficiente la camiseta con la que salen al campo. En aquellos clubes en manos presuntamente de sus socios, la situación cambiaba. Al principio, ultras y poder mantenían una idílica relación. No ha pasado tanto tiempo desde que se ganaban duras Asambleas de socios compromisarios con los radicales sentados en la Tribuna de invitados, intimidando con su presencia y parafernalia salvaje a quienes osaban tomar la palabra para desdecir al presidente. Eran los niños mimados de la Directiva y como a tales se les trataba. Actualmente, los métodos para ganar asambleas se han sofisticado y ya no es necesaria su presencia intimidatoria. Sin embargo, sus privilegios se mantienen, más disimulados, y no es extraño ver cómo, incluso algunos jugadores, se acercan a su fondo, porque es SU fondo, para celebrar con ellos un gol. Una camiseta de regalo y más cosas. Muchas más. Lo que valga la tranquilidad al terminar los entrenamientos y los partidos. Nadie se olvida de aquellos directivos a los que se amenazaba directamente de muerte cuando se decidió cerrar el grifo de las prebendas o destrozaban todas las áreas de servicio por las que paraba el autobús con el que acompañaban al equipo en sus desplazamientos. España, obviamente, no es Bulgaria. Quizá por aquí su ostentación no sea tan grosera como allá, pero el monstruo sigue vivo y alimentado por el miedo de los dirigentes desaprensivos. Hasta que se despierte otra vez.

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