Hace unos cuantos años la Liga ACB era una más que atractiva competición. Años de duelos épicos entre Real Madrid y Fc Barcelona, de enfrentamientos memorable entre Fernando Martín y Audie Norris, de canastas increíbles que valían una Copa del Rey como la de Nacho Solozábal, de jugadores reconocibles para los aficionados de cualquier equipo, de carruseles en las radios con partidos a la misma hora con los que disfrutar de la tensión, de ese punto arriba o abajo que te daba un play off o marcaba un descenso. Hace unos cuantos años esperábamos ansiosos por estas fechas la llegada de la Guía con las que poder seguir los partidos en la tele y leer al día siguiente las crónicas en la tele o esperar a media semana para el análisis más sesudo de la jornada en el Gigantes. Los tabernarios de más edad lo recordarán. Seguro que lo echan de menos.
Este fin de semana comenzaba una nueva edición de la Liga ACB. Seguro que preguntas a tu alrededor y son muchas, dolorosamente muchas las personas que ignoran este inicio. Es el síntoma más grave de la enfermedad que padece el baloncesto profesional español: la indiferencia y la ceguera. Indiferencia de un público que vive despistado ante una competición que tiene un formato cada día menos atractivo y complicado de seguir. Indiferencia de unos medios que hace tiempo han relegado al baloncesto a la sección de Polideportivo. La previa de la Liga 20013-2014 se solventó con un par de páginas en la prensa deportiva nacional, y gracias. Indiferencia de una televisión que trata al baloncesto de manera rutinaria, como aquel que ficha a las 8 cuando comienza el partido y se marcha a casa cuando finaliza. Ceguera de unos expertos o presuntos expertos que viven instalados en la endogamia, bien pagados de sí mismos. Ceguera de unos dirigentes que llevan instalados en el timón de mando demasiado tiempo. Obsoletos y superados desde hace demasiado por la realidad cambiante y las circunstancias adversas, más preocupados por neutralizar la crítica negativa que por analizar y encontrar soluciones a la terrible e inexorable descomposición de este maravilloso deporte.
Recientemente, uno de estos dirigentes históricos descubrió, ignoramos si solo o con la ayuda de alguien, que algo había que hacer porque muchos partidos eran aburridos. Desde esta modesta Taberna le sugeriríamos que fuese un poco más allá y que hiciera un pequeño ejercicio de baño de realidad con una encuesta entre los seguidores del baloncesto en la que se preguntara cuántos patrocinadores (aquel privilegiado que lo mantenga, claro) conoces en la Liga, cuántos jugadores nacidos en tu ciudad, criados en tu cole o en tu barrio juegan en tu equipo favorito; cuántos extranjeros repiten con respecto al año pasado en la plantilla. Posiblemente las respuestas de los aficionados dejarían a más de uno de piedra. Añadan a este desolador panorama el enfrentamiento permanente entre Federación, Liga y Sindicato de Jugadores para obtener la tormenta perfecta de la semi-clandestinidad.
Que sí, que vivimos la peor crisis económica de nuestra historia. Que sí, que la Liga está en quiebra técnica y que lo realmente milagroso es que comience. Sin embargo, no ha sido solo la crisis la culpable de que haya desaparecido la clase media con los añorados Tau, Estudiantes, Pamesa, Unicaja o Joventut que hicieron en su día de nuestra Liga una de las más emocionantes del Planeta Baloncesto. Señores de la ACB: salgan del Palacete en el que llevan toda una vida instalados y airéense un poco. Se darán cuenta de que el baloncesto es un deporte atractivo, que engancha a la gente, especialmente a la gente joven. No lo destrocen más.