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Tratado de Urología con Angel Di María

Pocas veces una rascada de huevos ha tenido tan sesudo y apasionante análisis. Perdón por la expresión, pero creemos que, a estas alturas, definir el gesto de Di María como ‘aproximación manual hacia la zona urogenital con fines acomodaticios’ es una pedantería del tres. Debate nacional en el que, como en este país somos así de eficientes, hemos juzgado sumarísimamente al muchacho argentino y le hemos condenado a galeras. Para la Santa Inquisición de los platós, incluidos los que están felizmente de vuelta tras un desagradable paréntesis, el ‘Fideo‘ es poco menos que un macarra barriobajero al que se le ha ido la pinza porque en el club le han dicho que se olvide de mejorar el contrato y, en vista de que ya no cuela amagar una vez más con largarse y que la llegada de Bale es un aviso a navegantes, aprovecha cualquier oportunidad en el Bernabéu para reivindicar su hartazgo, aunque para ello ofenda al respetable. Sin embargo, aquí aparece la sombra de la duda: ¿está tan claro que este gesto ha ofendido al público soberano? Pues no lo parece. La famosa rascada tiene una nueva vertiente: la guerra de Di María con la prensa.

Llama la atención la respuesta de los aficionados. A Di María le han aparecido aliados inesperados que comprenden el gesto, entienden sus razones y aplauden su actitud. El argentino no habla con la prensa española, tiene alergia a los micrófonos y no quiere saber nada del periodismo deportivo español y eso, dada la cada día peor reputación de nuestro gremio, es una alegría para el cuerpo del aficionado despechado. Munición para saltar a la yugular. Vulgar amarillismo, dicen unos, para los que rascarse salva sea la parte, zona central, tirando hacia el sur, aunque sea ante noventa mil espectadores y millones de videntes, es tan normal como ver a un conductor detenido en un semáforo haciendo espeleología en las fosas nasales. Otros restan importancia al gesto comparando con lo que se hace habitualmente cada domingo en los partidos de solteros contra casados, reivindicando la versión de la rascada a dos manos, mucho más vistosa y efectiva, dónde va a parar. Los hay que analizan científicamente el gesto aportando el valioso dato de que Di María es zurdo, por lo que no hay ofensa que valga. Si de verdad hubiera querido enviar un mensaje, la lógica dice que tendría que haber usado la mano izquierda, salvo que la picazón se sintiera más cercana a la mano derecha. La versión de los hechos más plausible, a nuestro modesto entender y tras ver repetida tropecientas veces la polémica salida, concluye que Di María estaba ensayando Peeeter, la anguila, el baile de moda, y que por eso se estaba tocando las albóndigas. Fin de la cita. Como pueden comprobar, para el personal no hay desafío ni reto al club o al presidente que valgan.

Ni la mente más perversa podría haber imaginado un comienzo de año tan escatológico, con tanto urólogo aficionado analizando en profundidad el gesto de un jugador cabreado por haber sido sustituido y tras haber recibido, como el resto del equipo, los pitidos de unos aficionados no muy satisfechos con el juego que veían desde la grada. Quizá, para cerrar el primer gran debate deportivo nacional, alguien tendría que montar una encuesta, como ya se ha sugerido en algún foro, preguntando si Di María, opción 1, se rascó; opción 2, se la colocó; opción 3, se los colocó y; opción 4, se burló del público ¿Qué les parece?

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