Imagínese por un instante que alguien le recomienda un par de zapatos maravillosos en unos grandes almacenes. Le interesan y acude a la tercera planta, zapatería de caballeros y complementos de la citada tienda. Un amable vendedor se pone inmediatamente a su disposición y le cuenta, efectivamente, las maravillas de ese par de zapatos, lo cómodos que son y lo bien que va usted a andar con ellos. Queda convencido y acompaña al dilecto vendedor a la caja para formalizar la compra. De repente, los 80 euros que inicialmente marcaba en el precio, quedan convertidos en el doble. Sorprendido, pregunta al encantador vendedor qué ha sucedido de camino entre el almacén y la caja para que estos fantásticos zapatos hayan doblado su valor. El paciente empleado de la tienda comienza a desglosar los distintos conceptos aplicados a esta compra. En primer lugar, explica sonriente, usted debe de tener en cuenta que no ha aparecido en esta tienda por casualidad, sino avisado por alguien. Ese alguien, claro está, merece una compensación por aconsejarle comprar estos increíbles zapatos. Por supuesto, ha de incluirse el trato personalizado del vendedor de planta, yo mismo, y corresponder su labor de consejo, siempre atenta a las necesidades del cliente. Obviamente, en el precio final han de quedar reflejados los emolumentos del despacho de abogados que protege los intereses de usted, amable comprador, en el caso, improbable, de que los zapatos no respondan a sus altas expectativas, por no hablar del asesoramiento fiscal una vez declare usted ante Hacienda, y no tengo que decirle cómo se las gastan los inspectores, la adquisición de esta maravilla para vestir sus pies. Absolutamente imprescindible. Por último, y no por ello menos importante, destacar la comisión debidas al jefe de esta tercera planta y los gastos propios de los responsables del mantenimiento de los expositores. Total: 160 euros.
Esta situación, ridícula, exagerada hasta el absurdo y completamente irreal es, sin embargo, el modus operandi habitual en cualquier operación en el mundo del fútbol, donde no se sabe si es más costoso el valor real del futbolista o el dinero que se queda por el camino en forma de comisiones para el club dueño de parte su ficha, el fondo de inversión dueño del resto de la ficha, papás o, en su defecto, hermanos del jugador, representantes, empresas familiares de tapadillo con razones sociales ficticias, sociedades opacas situadas en paraísos fiscales (lo de paraíso es exclusivo para el dueño, que no paga un euro de impuestos, claro. El resto, solo los conoce en fotos) y un señor de Cuenca, que pasaba por allí. Al final, la contratación del chaval se encarece más que los tomates en su largo camino entre el agricultor que los siembra (y que curiosamente se lleva la menor tajada) y su ensalada. Son tantos los esperpentos vividos que darían para escribir un libro, con representantes que acaban sin zapatos en el hall de un hotel tras ser despedidos por su jugador; comisionistas que se presentan en las oficinas del club para preguntar por lo suyo; o incluso simulaciones de contrato que terminan con condenas en los tribunales tras demostrarse que se habían pagado 15 millones de euros por cuatro chavales adolescentes. Negros, para más señas. Real como la vida misma.
A nadie parecía sorprender estas prácticas -salvo que uno fuese interventor judicial, claro- por lo que nadie se llevaba las manos a la cabeza por estos números tan indecentes hasta que un socio decidió romper el tabú, denunciando al presidente del Barça, Sandro Rosell ya que quiere saber por qué el papá de Neymar se ha llevado presuntamente 40 millones de euros. Así que la maquinaria judicial se puso en marcha y ha admitido a a trámite la querella. Lo malo es que la malvada prensa se ha adelantado a la jugada publicando números, pelos y señales del dichoso contrato, dejando en una delicada situación a los presuntos implicados de la trama. Como sucede en estos casos, la respuesta es de manual. Primero, negación. Todo es legal y correcto. Segundo, estamos encantados en dar explicaciones ante el juez, solo ante el juez y nada más que ante el juez. Y cuanto antes, mejor. Tercero, ya se sabe quién es la mano que mece la cuna, esa caverna mediática que tanto nos odia, malvada, envidiosa y que ya no sabe qué hacer para desestabilizar a un club al que no saben ganar en el campo, por lo que se dedican a repartir porquería a discreción. Que se prepare su señoría con lo que tiene por delante.