Hace un tiempo no muy lejano en el que el periodismo deportivo gozaba de cierto prestigio entre el público, incluso entre los profesionales del llamado periodismo ‘serio’. Los deportivos nunca se quitaron de encima el estigma de escasa seriedad o de género menor, pero siempre desde el respeto y, en ocasiones, la admiración. Hace un tiempo no muy lejano que la lucha por conseguir la noticia y ser el primero en ofrecerla era despiadada, cruel y hasta sucia, pero el oyente, lector o espectador lo agradecía con su confianza y su lealtad. Tipos como José María Garcia o José Ramón de la Morena congregaban cada noche a más de tres millones de seguidores ávidos de información, de noticias, de opinión, de entrevistas bien hechas, en definitiva, de periodismo de calidad. Por desgracia, esa época gloriosa del periodismo deportivo es cosa del pasado. Un pasado que, mucho nos tememos, nunca volverá.
Esta parrafada viene por el tema de conversación del día: la invocación al espíritu de Juanito ¿Es eso periodismo? El declive inexorable de la prensa deportiva se inició cuando algunos periodistas decidieron meter en un cajón y cerrar con llave los principios de rigor, imparcialidad y objetividad aprendidos en la Facultad para convertirse en ‘periodistas espectáculo’, con la bufanda puesta, convertidos a la religión del hooliganismo y perdiendo toda la credibilidad atesorada en años de duro trabajo. Eso vende, decían, hasta convertirse en caricaturas de sí mismos y llegar a la triste concusión de que no, que eso tampoco vendía. Monigotes de feria que exprimen hasta el final el personaje que han inventado.
Otra pregunta: ¿son todos los periodistas iguales? Rotundamente, no. Hay una nueva generación brillante, la mejor preparada de la historia de este oficio de contar cosas, que vive subyugada por la mediocridad de estos clowns por la dañina cultura de la belleza física por encima del talento. Periodistas cada día más y mejor especializados en sus deportes, que sufren día a día el bochorno de compartir página con columnistas infames, luchando por que no les metan en el mismo saco que a sus famosos compañeros de redacción. Esos mismos que han traspasado ya demasiadas líneas rojas y que han convertido a este bello oficio en un patio o plató de verduleras. Eso es lo que vende, eso es lo que quiere el público, dicen. Solo cabe esperar que no sea demasiado tarde cuando se den cuenta de que lo que quiere y siempre ha querido el público es la calidad. Eso siempre vende.