Nadie debería a estas alturas de siglo XXI sorprenderse de las decisiones que se toman en el Real Madrid y, por descontado, ningún socio debería de escandalizarse y/o enfadarse con su presidente ya que las urnas o la ausencia de contrincante en las urnas, avalan cualquier decisión que tomada o por tomar de Florentino Pérez. Son los socios quienes, año tras año, asamblea tras asamblea, bendicen con su voto favorable todo aquello que el presidente les propone en el orden del día. Que nadie se lleve a engaño: F.P. no ha escondido jamás sus deseos ni jamás ha ocultado sus intenciones con respecto al club. El Real Madrid es un club de fútbol presidencialista porque así lo han querido sus socios. Amén.
F.P. decidió que la fórmula mágica para salvar al Madrid del acoso de fondos buitre, millonarios aburridos o impostores con nombres exóticos y lejana procedencia era no convertirse jamás en una sociedad anónima al uso. El Real Madrid, afirmaba, era de sus socios. Más adelante y por evitar experimentos nocivos para la salud del club, limitó al máximo las condiciones para que un socio del Real Madrid pudiera alcanzar la presidencia del club. Unas condiciones tan estrictas que, en realidad, los únicos posibles candidatos quedaban reducidos a menos del 1% de la masa social del club. Una notable mayoría de los socios, consciente o inconscientemente, votaron a favor de este cambio sustancial en las reglas electorales. Quizá no calibraron las consecuencias o los efectos perversos de la norma aprobada. Quizá no pensaron con la papeleta del SI daban a F.P. un cheque en blanco.
Ancelotti ha sido el último en caer en la trituradora de entrenadores que es el Real Madrid. No será el último. El entrenador es una anécdota más en la pirámide de mando del club más grande del mundo. El director deportivo, también. Los jugadores, unos asalariados de lujo que viven bajo el paternal paraguas protector del mando supremo. Compañeros de Junta directiva, altos cargos, asesores con mayor o menos capacidad de influencia y, por encima del presidente, la nada absoluta. Los descontentos podrán hablar el la próxima asamblea, pero no podrán ofrecer una alternativa de cambio. Ellos mismos votaron en su momento que no la había. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo.