Vicente del Bosque es un anciano decadente; Iker Casillas, un topo inflitrado en el vestuario indigno de vestir los colores de cualquier camiseta; Fernando Alonso, un quejica destroza coches que nunca tiene la culpa de nada; Rafa Nadal, un tipo acabado que se arrastra por las pistas; Alberto Contador, un soberbio con el motor trucado…y así hasta donde ustedes quieran, que para eso es el deporte nacional: encumbrar a lo más alto para machacar sin piedad al menor síntoma de debilidad. El incomparable placer de recrearse con el ídolo caído. Y no, no es una exageración. Basta con leer, sin ir más lejos, muchos de los comentarios sobre el partido de la selección de ayer para confirmar la enfermedad.
Vicente del Bosque alcanzó anoche la poco frecuente cifra de 100 partidos al frente de la selección, con unos números portentosos, por no hablar del Mundial y Eurocopa conquistados. Un crédito que de poco le sirve al marqués salmantino, a quien consideran ya un deshecho obsoleto e inservible. Un entrenador que tiene mejores registros que el Lobo Zagallo o Joaquin Löw, no nos sirve. Peor aún, estorba y mancha los éxitos logrados. La teoría de que un taxista no puede pilotar un Ferrari se abraza también con entusiasmo en esta selección, que lo ha ganado todo a pesar, insisten, del centenario Del Bosque.
Tampoco se libran algunos jugadores de este equipo de ensueño. Casillas salvó anoche el empate bielorruso con una soberbia intervención, sin alterar a aquellos que no saben ya qué decir para que se exilie a la liga tailandesa; o el mismo Piqué, pitado en casa como a un vulgar enemigo por un exceso verbal en la celebración del título del Barça. Y Villa, Raúl, Ramos y muchos de los que han vestido la camiseta roja, también han pasado por este trago lamentable de escarnio público. A veces da la impresión de que a algunos escribidores y aficionados les pone más el tiro al blanco que las victorias de los deportistas.