Qué terrible sensación a chapuza hipócrita e improvisada nos dejó la despedida-parodia de Iker Casillas en el Bernabéu. La peor manera de gestionar un adiós prolongado, feo, desagradable y con una falta absoluta de elegancia y clase. La clase que merece el protagonista de esta triste salida y el club en el que ha jugado toda su vida ¿Se merecía una despedida así el que ha sido santo y seña de una generación de futbolistas en el Real Madrid? Hasta los medios extranjeros se han mostrado sorprendidos por el comportamiento del club hacia uno de sus jugadores franquicia.

El fútbol tiene ese punto de crueldad descarnada para con los jugadores en el ocaso de su carrera deportiva. El tren no se detiene y el héroe de hoy es el paquete que se arrastra por el campo de mañana. Ley de vida. Pero el fútbol, según qué lugares, guarda para el momento de decir adiós un instante de respeto y agradecimiento para quienes fueron ídolos de masas. Desgraciadamente, quienes gobiernan el Real Madrid no han sabido o querido respetar esta tradición. Y no ha sido la primera vez.

El vestuario madridista ha quedado ya casi limpio de intrusos. El presidente puede respirar ya casi tranquilo, aunque el coste haya sido muy elevado. Quedará para el recuerdo, el mal recuerdo, la imagen de Iker Casillas llorando solo en la sala de prensa tras firmar el finiquito a toda una vida vestido de blanco; la torpe reacción del club tras las críticas recibidas desde medio mundo, convocando un día después y con urgencia a los medios para improvisar una nueva despedida del jugador; el victimista discurso del presidente, los gritos de muchos aficionados pidiendo su dimisión… Un club no solo es grande por su presupuesto o por vender muchas camisetas. Un club es grande cuando sabe honrar a quienes han contribuido a su grandeza. Hace tiempo que no es el caso.