Muchos han querido ver en la derrota del Madrid en el Clásico algo más que la circunstancial pérdida de 3 puntos o, incluso, la práctica sentencia de un entrenador cuestionado desde hace semanas. Desde el momento en el que una parte del estadio se giraba hacia el palco para protestar por lo que sucedía en el terreno de juego, se cuestionaba algo más que una mala racha deportiva o un mal resultado puntual. Síntoma del mar de fondo de un club que eligió el modelo presidencialista llevado al extremo, del absolutismo disfrazado de Ilustración, del brillo luminoso de los jugadores estrellas, del poder económico, de la lista Forbes, para quedar con las vergüenzas al aire cada vez que se enfrentan a los chicos del coro del buen trato al balón, de los cantearnos, de los Iniesta, Piqué, Messi y compañía, esos que hacen levantarse de sus asientos a los aficionados rivales, como sucedió el sábado en el Bernabéu. Números y comparaciones odiosas en el balance de títulos, jugadores utilizados, entrenadores despedidos. Pero, ¿hay solución, se preguntan muchos madridistas? Difícil.

Es una anécdota, pero suficientemente significativa de esta forma de entender un club de fútbol. El día después de la hecatombe, la noticia era que Benítez había recibido el permiso correspondiente de la autoridad competente para sentar en el banquillo, si así lo considerara necesario, a Cristiano Ronaldo ¿Puede entenderse, entonces, que el entrenador no puede ejercer libremente su trabajo; que había jugadores intocables en la plantilla o que es necesario el beneplácito de la planta noble para cualquier decisión, incluidos los días de partido? Tiempo de debates estériles Benítez, sí, Benítez, no; si llegó la hora de Zidane, la tristeza de Cristiano y demás entretenimientos que seguirán sin responder a la gran pregunta: ¿y ahora qué?

Poco margen de maniobra queda. Son los socios madridistas quienes han aprobado con su voto asambleario este modelo de gestión de sociedad piramidal, quienes han bendecido año tras año el balance de gestión deportivo y económico; los que, con la excusa del peligro del jeque multimillonario, también sancionaron por mayoría las leoninas condiciones para que pueda surgir una alternativa de poder. Todo está atado y bien atado y, salvo la demostración puntual del malestar los días de partido, el desahogo hacia el banquillo o el palco, el camino de no retorno no tiene vuelta de hoja.