El caso Benzema descubre con crudeza las vergüenzas del sistema creado para fabricar ídolos de masas sin la menor preparación ni argumentos para ser referentes sobre nada y para nadie. En pleno proceso de embrutecimiento social en el que las salas de cine son sustituidas por grandes templos de consumo enloquecido en forma de grandes tiendas de ropa, no es de extrañar que se arrincone y desprecie a científicos o grandes pensadores y se tire por la vía del joven deportista para crear iconos. Hasta que te salen rana. Entonces, se les apalea, castiga y sustituye por un nuevo ídolo.
No nos engañemos. Puedes admirar y es realmente admirable el espíritu de sacrificio, de superación o la cultura del esfuerzo de muchos de los deportistas de élite, pero no pretendas que sean un ejemplo más allá de su día a día con un balón, ni que sean líderes más allá del equipo en el que juegan. Benzema, por ejemplo, un chico criado en un barrio dormitorio cercano a Lyon, con talento para jugar al fútbol, con estatus de famoso desde la adolescencia, con dinero, mucho dinero, grandes coches, lujo, glamour, admiración y una vida de ensueño, seguramente muy distinta a la que viven los chavales de su barrio que no tuvieron la misma habilidad y suerte que Karim. Uno por cada millón.
No nos engañemos. El modelo a seguir que nos imponen es el del chico que con 27 años gana en un año más que tú en dos vidas, no el del potencial descubridor del remedio contra el cáncer, exiliado en un laboratorio en el extranjero para poder llegar dignamente a fin de mes. Eso sí, nos escandalizamos cuando el ídolo no respeta las normas de tráfico, es un peligro al volante de coches de lujo que te miran siempre por el retrovisor; le pillan saliendo con prostitutas o en un oscuro asunto de chantaje. Entonces, llega el repudio, el linchamiento público, la expulsión de la selección y el desprecio de la sociedad cínica e hipócrita que ha creado estos pequeños ídolos de barro. En el fondo y pese al brillo artificial que reflejan, estos chicos merecen nuestra compasión.