Algún día los libros que cuentan la historia del fútbol destacarán como se merece lo que está haciendo Simeone en el Atlético de Madrid, habituales sujeta velas en fiestas a las que habitualmente no son convidados y que, de cuando en cuando, consiguen bailar con la chica más guapa. No son los más atractivos, ni los que mejor se mueven en la pista. No son tampoco los más populares para la prensa, ya que normalmente ocupan un lugar residual en los espacios de información y de tertulia deportiva. Tienen casi todo en su contra: la situación financiera de la casa no es la más boyante posible ni los cabezas visibles de la familia gozan del mayor prestigio entre sus propios seguidores. Aún así, sin hacer ruido, sin apenas notarse, el equipo rojiblanco es el líder de la Liga de este país. Y con ganas de quedarse.
La vorágine con la que se mueve la información nos hace, quizá, perder un tanto la perspectiva y el mérito que tiene lo que este grupo de jugadores y técnicos está realizando. Estamos hablando de un club que tuvo que ser intervenido judicialmente, con la propiedad marcada por la apropiación indebida, aunque prescrita; que descendió a Segunda división, con proyectos deportivos erráticos marcados por la urgencia de recuperar el lugar perdido entre la élite y que, por fin, consiguió acertar con un entrenador sobre el que, casi lo olvidamos, toda la ilusión de la grada por su pasado como jugador era incertidumbre sobre su presente como entrenador.
Nadie sabe el tiempo que permanecerá Diego Simeone en el Atlético. Posiblemente, el que él quiera, cuando aparezca una oferta desde Inglaterra o Italia que sea irrechazable, tanto para él como para el club, como antaño sucediera con Fernando Torres. Mientras ese momento llega, lo mejor que el aficionado atlético puede hacer es disfrutar del momento, poco a poco, como un buen vino, sin alterarse demasiado cuando el partido es malo y se resuelve en el último suspiro, sin bajar la guardia y sin dar nada por hecho. Sin consumir, día a día, partido a partido, que ya se sabe qué pasa cuando Simeone y los suyos alcanzan el liderato: no lo sueltan.