Gerard Piqué es un tipo inclasificable, amado y odiado a partes iguales, un verso suelto o libre que circula por el encorsetado mundo del fútbol y que deja huella cada vez que abre la boca, pone un tuit o lanza un mensaje a través de periscope. Contar con más de 12 millones de seguidores en Twitter lo convierte en uno de los personajes más populares de nuestro país, muy por encima del millón del actual presidente en funciones, en una lista en la que los futbolistas ocupan los primeros puestos en número de followers, con la excepción del cantante, Alejandro Sanz. Sin embargo, si existiese un ranking de tipos políticamente incorrectos, sin duda Gerard Piqué ocuparía la primera posición.
El jugador del Barça es el terror del departamento de comunicación del club. Los modernos comisarios políticos del deporte, esos obsesos del control de la información que sale de los equipos, esos tiranos que deciden qué jugador habla en rueda de prensa, cuándo, cómo, dónde y qué dice a los medios, sienten verdadero pavor ante jugadores con personalidad propia e inmanejables como Gerard Piqué. Se podrá estar de acuerdo o no con este particular futbolista, pero es digno de elogio que se haya convertido en una de las pocas excepciones en el cada día más teledirigido mundo de la información deportiva.
Gerard Piqué es un fenómeno incontrolable, auténtico, para lo bueno y para lo malo, una bocanada de aire fresco entre tanta corrección en el mensaje almibarado. Responde, provoca y se pica con un director de periódico por una jugada y todo en 140 caracteres. Puede que Gerard Piqué no piense mucho lo que dice, pero seguro que dice lo que piensa. Toda una amenaza para, como diría Enrique Bunbury, la policía de las buenas costumbres de hoy.