La primera y, posiblemente, más importante es que la gente normal y corriente está muy por encima de los folloneros ocasionales, quintacolumnistas habituales, buscadores de cortinas de humo y creadores de conflictos ridículos donde no los hay. Acostumbrados a montar un drama por cualquier cosa, el público que asistió al Calderón dio una magnífica lección de normalidad, sin que se produjeran incidentes entre las dos aficiones. Felizmente, el deporte está siempre por encima de quienes lo quieren utilizar para sus causas.
La segunda es que se demostró que un equipo, por mucho talento que tenga en sus jugadores, si no tiene capacidad para sufrir, se convierte en un equipo vulnerable. El Barça jugó muchos minutos con 10 hombres y se defendió como una legión romana. Es cierto que el Sevilla apretó hasta que se quedó sin combustible, pero es de agradecer el esfuerzo de los sevillistas, fundidos tras haber ganado, otra vez, la Europa League.
La tercera conclusión es que los genios son eternos y que se debería, ya que cambiamos con tanta frecuencia el Código Penal, considerar delito criticar a tipos como Andrés Iniesta, jugador irrepetible, injustamente infravalorado por convivir el la ridícula batalla de quién es el mejor jugador de mundo, Messi o Cristiano. Su aspecto de buen chaval, de tipo normal, esconde un futbolista que hace arte cada vez que toca el balón. Triunfó el fútbol, por mucho que algunos se empeñaran en convertir la final de Copa en algo más que un partido.