El FC Barcelona amagó durante unas horas con cerrar definitivamente el grifo de las entrevistas personales con sus jugadores, tanto de las secciones de fútbol como de baloncesto. El club reculó ante las numerosas críticas recibidas en la realidad virtual paralela llamada redes sociales y todo quedaba como antes, es decir, un simulacro de libertad de expresión y de transparencia informativa del que no son ajenos la mayoría de los clubes profesionales de fútbol. Cuanto más grandes, peor.
Es el sueño húmedo de cualquier empresa o entidad deportiva: el control absoluto del mensaje que llega al público. Una estrategia de comunicación que se ha ido desarrollando lenta, pero implacablemente, en la historia reciente. Hace años, aunque ahora pueda parecer mentira, un periodista podía llamar a un jugador de fútbol y entrevistarle para su periódico o radio. Cada noche, más de dos millones de personas se congregaban junto a una radio para escuchar los programas deportivos rivalizando por ser el primero en contar con el protagonista del día. Cada mañana, la prensa deportiva era una carrera vertiginosa por pisar la entrevista al rival. Historia del periodismo.
Hoy, los clubes poderosos imponen la información que sale de sus salas de máquinas, quien habla, quien no, qué tiene que decir, como, cuando y a quién. Ponen y quitan a periodistas en las secciones calientes de los medios. Juegan con el poder de conceder o no las promociones con la marca del club y que pueden salvar la cuenta de resultados del periódico, de economía maltrecha y ‘eres’ encadenados. Disponen de convincentes departamentos de comunicación y propaganda para que todo lo que se publique o diga sobre el club se encuentre dentro de la ortodoxia. Solo faltaba el siguiente paso: prohibir directamente el acceso de los medios a los jugadores. Suena a los tiempos oscuros, pero no, está ocurriendo ahora. El primer aviso está dado. Solo es cuestión de tiempo.