Una mínima recomendación antes de que sigan leyendo esta columna: si es usted entrenador y ha ganado ocho títulos en poco mas de dos años, no siga leyendo. Se va a enfadar mucho. Es más, lo mejor que puede usted hacer es largarse del país a un lugar remoto en el que no le conozca nadie. Si, además, se llama Luis Enrique, la opción de internarse en una comunidad budista en el Tíbet más remoto es la mejor opción.
Vale que el asturiano no es míster simpatía, que desconoce el significado del término empatía, que es probablemente el individuo más borde del planeta y el peor relaciones públicas de sí mismo que se pueda conocer, pero solo eso. La campaña de desprestigio tan brutal que está sufriendo luis Enrique está fuera de lugar, aparte de ser sumamente ventajista, aprovechándose de un doloroso resultado en París que deja al Barça prácticamente eliminado de esta Champions. Según los afilados cronistas, el Barça de Luis Enrique juega mal al fútbol porque su entrenador es un mediocre que no ha sabido explotar el enorme talento que le rodeaba. Ocho trofeos no son nada. Vuelve a triunfar la teoría de que el entrenador es un mal necesario en nuestro fútbol y que cualquiera puede ganarlo todo con estos jugadores.
Son numerosos los casos en los que ese técnico que obra milagros con grandes resultados en equipos modestos y que es fichado a golpe de talonario para dirigir a un grande, con grandes jugadores, grandes objetivos y grandes expectativas para lograr…la gran decepción y darse el gran batacazo. Ni todo el mundo vale para gestionar un club rico lleno de divos con ni todos sirven para sobrevivir en plena economía de guerra, siempre al filo del abismo. Luis Enrique tiene el mérito de dar continuidad a una obra que se suponía era inmejorable, mantener la esencia del buen juego a pesar de todo con una de de las plantillas de más calidad de mundo y de seguir con los magníficos resultados que han convertido al Barça en el mejor equipo de los últimos tiempos. Una mala noche, incluso una mala temporada (a ver cómo acaba) no puede ser arrojada con tanta alegría al cubo de la basura y tener tan poco reconocimiento. Aunque el susodicho te caiga como una patada en salva sea la parte.