Estadio Vicente Calderón, Madrid. Más de cincuenta mil espectadores corean tras una jugada polémica el clásico, ‘qué malo eres, Mateu, qué malo eres’, dedicado a Antonio Mateu Lahoz, árbitro del Atlético-Barcelona de Liga. Horas más tarde, un penalti en El Madrigal a favor del Real Madrid colocaba en el disparadero a Gil Manzano. Eso en los estadios. En la realidad paralela de las redes sociales, el rosario de insultos y descalificaciones daba para varias sesiones de repaso del Código Penal ¿Merece de verdad la pena ser árbitro en España?¿Están protegidos los árbitros en nuestro país de las agresiones externas?
A la primera pregunta, la respuesta más plausible sería que sí, que merece la pena. Una mezcla de vocación, cierta dosis de masoquismo y una remuneración interesante, dados los tiempos laborales que corren, pueden determinar que compense ser la diana de tanto insulto muchas veces injusto y de tanta justificación de los errores ajenos. Un delantero falla un penal decisivo y es un paquete hasta el próximo gol. Un árbitro anula un gol válido y es declarado persona non grata de por vida. Nadie les protege, nadie les ampara, nadie juega en su equipo. Jugadores que sobreactúan o fingen directamente agresiones, que nadan en el área o entrenadores que encabronan el ambiente antes, durante y después de los partidos ¿Les suena?
El arbitraje español ha estado bajo sospecha desde que el fútbol es fútbol y, lo más interesante del asunto es que a nadie parece importarle y nadie parece tener la intención de querer arreglarlo. Es más fácil culpar de una derrota a un individuo indefenso que a un central mediático que se ha comido un gol; es más rentable hablar de conspiraciones arbitrales y ‘villaratos’ varios que tener que despedir a un mal entrenador o reconocer que ese delantero por el que has pagado un dineral, te ha salido un paquete y no vas a colocarlo en el mercado ni regalado ¿De verdad creen ustedes que los clubes van a renunciar a un chollo semejante?