Son cada vez más odiosas las semanas del calendario en las que la selección aparta de nuestras vidas a la Liga. Mortalmente aburridos los debates recurrentes, las guerras de guerrillas que se organiza el personal para pasar las tardes, los debates estériles sobre Casillas sí, Casillas no; Diego Costa, sí, Diego Costa, no; la renovación del equipo o la continuidad o no de Vicente del Bosque, seleccionador de fútbol para unos, señor marqués y colocador de conos en los entrenamientos para otros. Un soberano coñazo. Si, además, el juego hace tiempo que ha dejado de entusiasmar y ha desaparecido gran parte de la magia que tenía este equipo y que te invitaba -obligaba, más bien- a dejarlo todo para plantarte ante la tele, pues más a favor de emplear tu tiempo en cualquier otro tipo de actividad más placentera.
Es ya de una pesadez cansina la venta del muñeco, que diría Montes, llamado Selección Española de Fútbol. Se nos va de las manos. Señores, que nos hemos enfrentado a Eslovaquia, perdiendo miserablemente el partido y también el norte; y a Luxemburgo, una gran potencia mundial, como todos deberíamos de saber a estas alturas, para recuperar la credibilidad perdida días atrás. Que sí, que se ha pasado, al menos los más exaltados, de pedir la cabeza de todo lo que se movía por el campo, banquillo incluido, a ensalzar hasta estomagar a la nueva generación de jugadores que piden a gritos (bueno, ellos no tanto, sí los Robespierre de la revolución futbolera) el relevo generacional, la savia nueva, jugadores con hambre, con juventud divino tesoro, y hacer la catarsis que se debió de hacer tras el cagancho en Brasil y que, como casi todo en Casa Villar, se pospuso para mejor ocasión. Las cosas de palacio van despacio.
Como no hay mal que cien años dure, ya estamos todos de vuelta a la bendita rutina de los records prodigiosos de Cristiano, la dura competencia con Leo Messi y su décimo aniversario con record a batir, el de Zarra, en el horizonte inmediato; las tourneés asiáticas del dueño del Atlético para quitarse de en medio la ruina económica, que no deportiva, que maneja o las tribulaciones, que no todo es fútbol en la prensa del ramo, de Fernando Alonso, sus idas y venidas de Ferrari y los también cansinos, pero entretenidos, debates con bocados en la yugular, que no se respeta ya apenas nada, entre sus fieles y sus detractores. No hay nada como quedarse en casa, la verdad.