Lo primero: claro que se puede morir de éxito. Lo estamos viendo, con ciertas dosis de incredulidad, pero más real que la vida misma. Un Mundial aciago, una fase de clasificación para la Eurocopa que parece un campo de minas y una selección sub-21 que no disputará la Euro y disfrutará de vacaciones durante los Juegos de Río ¿Consecuencias? Salvo los puntuales lamentos y excusas varias, ninguna. Una vez más, cero en capacidad autocrítica, cero responsabilidades. Aquí no ha pasado nada, si acaso un pequeño accidente, nada preocupante ya que contamos con la mejor generación de futbolistas de toda la historia y, lo mejor, un relevo a la altura de los jugadores próximos a la edad de jubilación. Entonces, si somos los más mejores del mundo mundial, ¿qué está fallando?
De cuando en cuando a las federaciones deportivas les toca la lotería en forma de un grupo de deportistas único, una generación de oro que, bien llevada, garantiza una cuota de éxito inimaginable en el contexto de general mediocridad, con las excepciones de rigor, de la historia del deporte español. Así, del fatídico cruce de cuartos se pasó a disputar finales y, lo mejor, a ganarlas. Gracias a los Iniesta, Gasol, Xavi, Reyes, Villa y compañía, nuestro deporte recuperó el orgullo, nos hizo visibles al resto del mundo y nos convirtió en gente respetable, admirada y envidiada a partes iguales ¿Qué hicieron estos sabios dirigentes del fútbol y el baloncesto patrio con este premio? Lo previsible en quienes no van más allá de las fotos de portada y los balances con los números en negro: exprimir el limón al máximo. Hasta que se agotó.
Giras de escasa utilidad deportiva por países de dudosa reputación, bolos lejanos o ineludibles compromisos comerciales en las vísperas de un cruce clave en un Mundial han sido las hojas de ruta de estos dirigentes para hacer el máximo de caja en el menor tiempo posible, olvidando al deportista, la competición o las recomendaciones de los técnicos, como bien sabe Pepu Hernández, culpable de querer evitar las distracciones innecesarias en la concentración de la selección. Coches, seguros, teléfonos, cervezas y bancos se peleaban por anunciarse con los ganadores, los mejores. El talento bastaba para salir al campo y deslumbrar al mundo entero. El gran defecto de estas generaciones brillantes es que no son eternas y envejecen, por lo que si no has trabajado el relevo, ya que has apostado una vez más solo al talento, la realidad te coloca de nuevo en tu sitio, como nos ha sucedido durante este aciago año ¿Reaccionarán? Lo dudamos. En Casa Villar y en Casa Sáez, nunca pasa nada.