¿Se imaginan ustedes a una empresa grande improvisando su línea de productos, sin tener una estrategia comercial a corto-medio plazo, sin previsión de ingresos y gastos, sin proyectos para colocar nuevos productos en el mercado o retirar aquellos que comienza a dar síntomas de agotamiento? Pongan el nombre de cualquier gran empresa, no importa el sector ya que nos valdría desde un fabricante de coches a uno de yogures y, posiblemente, concluirían que una empresa sin estrategia está condenada al fracaso. No incluyan, eso sí, a ningún club de fútbol. El fútbol va a su bola.
Un gran club de fútbol tiene un presupuesto que compite de igual a igual con el de cualquier multinacional. Incluso gana a las grandes corporaciones en proyección internacional o en valor añadido de marca. Manchester, Real Madrid, Bayern o Barcelona son igual o más conocidos en cualquier rincón del planeta que una bebida refrescante de las que prometen la felicidad. Sin embargo, viven instaladas en el día a día, a lo sumo, en el espacio temporal que dura una final o una eliminatoria decisiva de Liga de Campeones. Cualquier gestor empresarial de manual clásico diría que una empresa así es, simplemente, inviable. El fútbol es otra historia.
Grandes clubes y grandes entrenadores pendientes de un solo partido, de noventa minutos, para saber si el año próximo cambian o no de colegio a los niños. Ancelotti volverá mañana a apostar a todo o nada con el Real Madrid. Tiene experiencia: el año pasado ganó el en último segundo de la última partida. Otros colegas, como Guardiola o Luis Enrique, también pasarán por este particular y cruel Casino, para lo malo y también para lo bueno. Por ejemplo, Julen Lopetegui, que ya se ha ganado el derecho de hacer lo que le venga en gana tras dejar medio hundido al Bayern. Una hora y media marca la diferencia. Por eso el fútbol es tan grande.