Extraño domingo de contrastes. Por la mañana, la final de un torneo considerado por algunos menor, especialmente en aquellos que no llegan a disputarlo, en la que pudimos disfrutar de un nueva partida entre un equipo de jugadores de fútbol y otro de jugadores de Play Station. Por la tarde, un esperpento de partido, una goleada con trampa y un espectáculo que, irónicamente, terminó perjudicando más al ganador que a la víctima de la goleada. Vencer sin convencer.
Es posible que muchos de los espectadores que acudieron al Bernabéu tuvieran en mente aun el espectáculo de buen juego que el Barça ofreció frente a River y pensaran, mientras veían como el Rayo Vallecano sonrojaba a la galaxia blanca, que si en lugar del modesto equipo de Paco Jémez fuesen Messi, Neumar, Suárez, Busquets y compañía los rivales en el césped, el bochorno y descalabro serían aún peores. Odiosas comparaciones que posiblemente expliquen por qué ni aun ganando por diez goles a un equipo que vale lo que cuesta una sola de tus estrellas, el público salió demasiado feliz del estadio.
Es posible que muchos madridistas en su regreso a casa reflexionasen sobre el convulso pasado, el incierto presente e inquietante futuro de un club que sigue sin encontrar el rumbo que le lleve a superar la excelencia de eterno rival. Por mucho que algunos voceros se entusiasmen, ya que estamos en plena borrachera de Star Wars, con el despertar de La Fuerza, nadie debería pasar por alto estas las palabras de Sergio Ramos: “Florentino es el rey, nosotros somos los peones”. Hay goleadas que son engañosas y no pueden ocultar el mar de fondo que hay en el Real Madrid.