La sabiduría popular dice que valoras lo que tienes cuando lo pierdes, una frase que se puede aplicar, por qué no, también al mundo del deporte. Un ejemplo puede ser Rafa Nadal, uno de los mejores deportistas de este país y que vuelve a competir en breve en tierras australianas. Estamos hablando de un icono del deporte español, de un tipo que nos ha hecho disfrutar del triunfo, palabra que estábamos muy poco acostumbrados a usar en nuestro vocabulario, a estar orgulloso de competir y ganar y, quizá lo más importante para muchos, descubrir con enorme placer la grata sensación de ser envidiados fuera de nuestras fronteras y sentirnos orgullosos de nuestros deportistas.
Antes de la generación que representa Nadal, los medios con ahora tanto presumen del éxito de estos deportistas, afirmaban no sin cierta mofa que lo mejor que se podía decir tras una competición es que los nuestros no se ahogaban en las piscinas o no se tropezaban con las vallas de los estadios de atletismo. Es posible que algunos se escandalicen pero, créannos, es verídico. Pasaba. Era la larga travesía por el desierto, tan solo alegrada de cuando en cuando por alguna inesperada hazaña individual. Tiempos oscuros, deliberadamente olvidados y sustituidos por el prepotente y soberbio ‘soy español, a qué quieres que te gane’. Aprovechen para sacar pecho, que nos queda poco.
Habrá quien tuerza el gesto si Rafa Nadal cae en primera o segunda ronda del Abierto de Australia, quien critique con acritud a la selección de baloncesto si no toca medalla en el próximo campeonato que dispute, quien se muestre muy decepcionado si Mireia Belmonte, Carolina Marín y tantos y tantas otros que tan mal nos han acostumbrado no consiguen repetir en el triunfo. Sería un terrible error olvidar lo que han hecho, valorar el mérito de lo logrado, pensar que son eternos o hundirlos cuando empiecen a venir mal dadas. Ley de vida. La gran pregunta es si hay relevo para esta generación única y qué se está haciendo para tenerlo. A lo mejor no nos gustan las respuestas…