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¿Merece la pena, pobres diablos?

Son como las confesiones del yonky arrepentido. Todo un manual para entrar y conocer de primera mano el asqueroso mundo del dopaje, las entrañas de esta repugnante fábrica de hacer campeones, esta fría maquinaria de crear juguetes rotos. Confieso que en estos días de juicio, he aprendido de lo lindo sobre cómo funcionan estos camellos del deporte con título en medicina. Me he familiarizado con términos como Androgel en parches, Actogevin, Oxiglobín, o hemoglobina de origen canino; Symachtch para enmarcarar; HMG, para camuflar la testosterona y epitestosterona; Suero y albúmina humanas; EPO rusa; Andriol, o alubias, en el argot camellero; Polvos blancos en el pene para deteriorar las muestras de orina; Cortisona; Palomas Mensajeras, o transportistas de las bolsas de sangre preparadas para su uso y camufladas en tetra brick de vino. Son solo algunos de los ingredientes empleados por los mecánicos de la trampa cuando se miraba el aceite al ciclista.

Te pone los pelos como escarpias conocer la mierda que se han metido en el cuerpo estos pobres diablos, las tiriteras y mal cuerpo que se les quedaba nada más inyectarse el cóctel del triunfo en vena. Te imaginas el miedo por sentirte enfermo y no poder acudir a un hospital, para no verte obligado a contar al médico de urgencias toda la basura que te habías inyectado. Y aún así, aún siendo conscientes, que lo eran, plenamente conscientes, de que se estaban matando poco a poco, de que estaban arriesgando sus propias vidas, de que les podían cazar en un control porque, incluso el Doctor F. y sus secuaces podían cometer errores, se prestaban a poner sus cuerpos a disposición de los Sainz, Belda y demás directores sin escrúpulos de turno para ganar coronar primero un puerto, alcanzar la gloria de una etapa o, el premio gordo, ganar una Vuelta, un Giro o un Tour. La pasta gansa, el reconocimiento popular, contratos jugosos con muchos ceros y la vida ¿resuelta?
Manzano ha vuelto a cantar, esta vez ante un tribunal. Quizá no sirva de nada. Quizá un abogado listo destroce su credibilidad, aunque resulte difícil ignorar tanta información, tanto detalle, tanto dato sobre lo que estaba sucediendo en el pelotón español. Es posible que los implicados en este insulto generalizado al deporte salgan impunes. Quizá sirva para que cuando un chaval con ganas de dedicarse al deporte escuche en la tele las declaraciones de los testigos de este juicio, se piense dos veces antes de aceptar las ofertas de las serpientes del dopaje. Merecería la pena con tal de evitar otro Chava Jiménez, otro Pantani, otro Vandenbroucke, otro Frederiek Nolf, otro Fabrice Salanson y todos aquellos los ciclistas que han muerto tan jóvenes y tan solos.

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