Siempre nos la arma. Lacónicas palabras de Mendilibar para definir a un canalla del fútbol, un buscavidas del balompié. Diego Costa es un jugador a quien siempre quieres tener a tu lado, nunca enfrente. Es el prototipo de la versión más machista, para algunos rancia, del fútbol. Es el ídolo de aquellos que consideran este juego como un deporte para hombres de pelo en pecho, de película del salvaje oeste, con vaqueros de mirada fría y dura que encienden un puro rascando la cerilla sobre la barba de tres días. Si el partido del Reyno es considerado por muchos técnicos como un partido ‘para hombres’, Diego Costa no defraudó a Simeone, otrora líder de El Bueno, el Feo y el Malo rojiblancos.
Este extraño brasileño, Harry el Sucio para sus numerosos detractores, es un tipo extraño. Tiene solo 24 años, pero un currículum viajero que para sí quisieran muchos veteranos del Vietnam de la Primera División. Imagino que la vida no ha sido nada fácil para Diego Costa. Nacer en un lugar llamado Lagarto marca de por vida. Uno de sus bailes más tradicionales es el de los Caganceiros, tipos duros, a lo Curro Jiménez, que en cuadrillas robaban las haciendas de los ricos latifundistas brasileiros. En su versión folclórica, los Caganceiros van de casa en casa por el pueblo, reclamando comida y bebida, amenazando a los inquilinos poco dadivosos. En esas calles jugaba el killer atlético hasta la adolescencia. No triunfó en Brasil, así que comenzó su largo viaje migratorio, ahora que está tan de moda el buscarse las habichuelas fuera del nido.
Tanto en Portugal como en Vigo, Albacete, Valladolid, Vallecas, Diego Costa ha vivido al límite, aunque con le efectividad de marcar goles, el alimento fundamental de los depredadores. Con Simeone parece haber alcanzado la paz interior que le otorga la continuidad, el respeto entre los suyos y el apoyo entre la grada. Extraña mezcla entre un argentino ganador y un brasileño con más rasgos gauchos que cariocas. Y funciona. ‘A mí no me importa lo que haga el resto. Yo me limito a hacer mi trabajo. No me quejo nuca. Las entradas son parte del fútbol”, dijo nada más destrozar a Osasuna. Es una de las normas de conducta de este especialista en la guerra de guerrillas urbana. Tiene armas, sabe cómo usarlas y, lo mejor, no duda en hacerlo si eso beneficia a su equipo. Es por ello que los suyos le arropan, protegen y defienden públicamente, aunque sin la careta que se ponen cuando tienen una cámara delante, piensen que Diego Costa es un auténtico puntos suspensivos… que afortunadamente juega para ellos.
Dicen que es el nuevo Pepe del fútbol español. Puede que sea cierto, aunque a Diego Costa le acompañen más calidad, masa gris y compromiso. Ahora está viviendo su edad dorada, quizá tardía, pero de oro. Hasta la verdeamarelha de Felipâo se ha acordado de su hijo pródigo, una oportunidad que no va a arruinar un esguince de tobillo. Un tipo duro que solo habla en el campo, que pudo haber vestido la camiseta roja pero que finalmente portará la canarinha. Todo un orgullo para los de Lagarto.