Ser dirigente deportivo, tanto aquí, en nuestro país, como en el rincón más lejano del planeta, es el chollo padre. No me digan que no. En esta Taberna, de mayores, queremos ser miembros del COI o del COE, presidente de alguna federación española, internacional o pertenecer a algún comité de lo que sea, en la FIFA, la FEA, la FIBA o en todo aquello que comience por ‘F’. Vivir como marqueses, aunque sin marquesado, comer, beber, alojarte en los mejores hoteles y que te hagan reverencias allá por donde vayas. Disfrutar de tener el poder de decidir dónde se celebran unos juegos o unos mundiales, con la pasta gansa que eso conlleva. También que dependa de tu caprichoso voto o arbitraria decisión adónde van a parar subvenciones, contratos y nombramientos. Y lo mejor de asunto, sin ninguna responsabilidad, aunque dejes la caja fuerte con arañas, telarañas y culebras. Tampoco pasa nada si metes la pata hasta el corvejón. Una rectificación de aquella manera y pelillos a la mar. El chollo paradigmático.
La FIFA acaba de descubrir algo insólito, paranormal, increíble y sin parangón en el conocimiento humano: hace calor en el desierto. No me digan que es una brillante deducción. Pues sí. Blatter es un señor que lleva al frente del organismo futbolístico más poderoso de este planeta, la FIFA, más de 15 años. Joseph Blatter es un señor que, cuando era joven, fue Relaciones Públicas de una oficina de turismo en Suiza, primero; secretario de la federación suiza de hockey hielo, después, y, por último, relaciones públicas de una empresa relojera hasta que se percató que la verdadera vocación de su vida era el fútbol, cuando ingresó en la FIFA, de la mano de Joao Havelange, como secretario general. Asombrosa transformación, no exenta de momentos delicados. Un tipo procedente del Hockey Hielo difícilmente podrá saber qué temperatura hace en Qatar en el mes de agosto, ¿no?
No es el primer fiasco visionario de Blatter y la FIFA. Nuestro recordado Mundial sudafricano estuvo al borde del abismo durante largos meses, con amenazas serias a los organizadores de quitarles el juguete. Con el campeonato del próximo año en Brasil sucede prácticamente lo mismo. Acuérdense de cómo estaban las instalaciones durante la pasada Confederaciones. Tampoco se le hicieron muchos ascos y se miró directamente hacia otro lado cuando el país elegido no es precisamente un santuario del respeto a los derechos humanos o de amor a los principios democráticos, como se pudo comprobar con la votación de Rusia para Mundial de 2018, otro palo, por cierto, a las aspiraciones españolas de volver a pintar algo allende nuestras fronteras. Hasta que llegó la elección de Qatar, un pequeño emirato con mucho dinero y arena en la superficie, muchísimo petróleo en el subsuelo y enorme calor en verano, época del año en la que es raro bajar de los 41 grados a la sombra. Ningún descubrimiento, salvo para la FIFA. Lo de la temperatura, claro, que lo de la pasta gansa ya lo sabían.
Entonces, años después, Sepp Blatter se levantó una mañana con una revelación: si el Mundial de 2022 se disputa en el verano qatarí, nos quedamos sin futbolistas. Palman de calor. Un follón de narices porque, a ver quién es el guapo que le dice al Emir, con toda la pasta que ha soltado ya para hacerse con el botín, que hemos cambiado de idea, por mucho estadio diseñado con aire acondicionado como si fuese un centro comercial. Pero Blatter es un hombre de recursos y alumbró una brillante, qué digo brillante, memorable idea: el Mundial se celebrará en invierno. Oiga, y las ligas nacionales, la Champions, la Copa… pero mira que tocanarices sois, debió de pensar el bueno de Sepp. Mala gente, que le quiere amargar la jubilación cuando se retire en un par de años, salvo que le vuelvan a elegir para otro mandato, que nunca se sabe ¿Es o no es un chollo ser dirigente deportivo?