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El extraño caso de Fernando Llorente

Una crisis deportiva se puede gestionar bien, mal, peor o como lo está haciendo el Athletic. Es un caso digno de Cuarto Milenio lo que está sucediendo en este histórico club desde que tocaron el cielo con la punta de los dedos hace menos de seis meses, tras alcanzar las finales de la Europa League y de Copa. De la gloria a la miseria en tiempo record. Sin duda, uno de los capítulos más feos y extraños es el Caso Llorente, un cúmulo de traiciones, despropósitos, negociaciones mal llevadas, venganzas, juego sucio y puñaladas traperas que amenazan cada día que pasa el inestable equilibrio de un vestuario.


Que un jugador intente mejorar su contrato aprovechándose del viento a favor de unos buenos años, goles o llamada de la selección es algo normal y legítimo. Del club depende adecuar la demanda a la oferta para cuadrar cuentas. Que un club intente hacer un buen negocio con uno de sus mejores activos, especialmente cuando está brillando en los escaparates de la competición europea o de la selección, también es lógico y natural. Del jugador depende adecuar el deseo del club con el beneficio propio. El problema aparece cuando da la impresión de que una de las partes está haciendo todo lo posible por no conseguir llegar a un acuerdo.
El Athletic y Fernando Llorente han estado un año y medio negociando la renovación del contrato del jugador. El parto de los montes parecía tener un feliz desenlace con los 4.5 millones de euros, más objetivos, cuando la obra teatral se convierte en un sainete en el que aparecen protagonistas inesperados en forma de comisiones de representantes, ofertas o presuntas ofertas de un equipo grande; todo ello aderezado en el entreacto con dos finales perdidas, una bronca monumental y filtrada a la prensa del entrenador Bielsa, poniendo en solfa la implicación de algunos pesos pesados del vestuario rojiblanco, entre ellos el propio Llorente, y como traca final, el deseo público del jugador de no seguir vistiendo la camiseta de los leones. Un buen guión, no cabe duda.
Llegados a este punto, el día a día de Fernando Llorente se ha transformado en un pequeño infierno. De ser un héroe a convertirse en casi un villano; de ser un jugador indiscutible en el once, a ser un futbolista prescindible y criticado por su escasa implicación y mal estado de forma . Las bajas pasiones entran en juego, el momento de poner a toda una grada en contra de un jugador o de criticar con acidez extrema los aplausos a un estadio que te aplaude, o la foto con un compañero de la selección española, palabra esta última que también se ha introducido en la guerra de guerrillas que viven jugador y club. Todo vale.
Mal negocio están haciendo tanto el presidente del Athletic, Josu Urrutia, como el propio Fernando Llorente. Para el primero, porque el contrato del jugador finaliza en junio de 2013 y, de seguir así, el club no va a sacar un euro por el traspaso. No te empeñes en mantener en tu equipo a un jugador contra su voluntad ni, por supuesto, hacerle la vida imposible. Para el segundo, porque su imagen de jugador voluble, caprichoso, poco leal y mal asesorado está devaluando día tras día su cotización en el mercado. Están condenados a entenderse, salvo que sigan empeñados en pegarse tiros en el pié, claro.

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