Los talibanes de la decencia y los buenos principios andan últimamente algo revueltos por las amistades peligrosas de la Federación Española de Fútbol cuando monta bolos por el mundo, obligando a La Roja a visitar lugares de dudosa reputación. Por desgracia y dados los tiempos que corren, se da la triste coincidencia de que el dinero está casi siempre escondido en países en los que conviene entrar con la nariz tapada. Sin embargo, la necesidad es el mejor de los anestésicos frente a la mala conciencia y en eso, al menos por ahora, somos unos verdaderos expertos, a pesar de la gran dosis de hipocresía y cinismo con el que el periodismo maneja estos asuntos.
Que Guinea Ecuatorial es un país escasamente recomendable es algo público y notorio. Que hacer negocios con ellos, también. Como fue un grandioso negocio para el COI, dicho sea de paso, conceder unos Juegos Olímpicos a China, dejando correr un asunto menor como el de los derechos humanos; como se prevé sea una operación más que rentable dar un Mundial a Qatar, otro paradigma de transparencia y cultura democrática; o que compañías aéreas bandera de países, también un tanto dudosos, pongan su nombre en las camisetas de clubes de medio mundo, obviando banalidades como informes de Amnistía Internacional a cambio, eso sí, de cheques con muchos ceros. En unos casos, nos echamos las manos a la cabeza. En otros, directamente miramos hacia otro lado.
El fútbol español está en la más absoluta de las ruinas. No vamos a entrar aquí y ahora en causas o razones de este mal crónico, pero a nadie se le escapa la situación de quiebra de la mayoría de los clubes de nuestro país y las terribles dificultades para subsistir del resto, a excepción de los dos de siempre, al menos hasta que llegue el día en el que se conozca el verdadero estado de sus finanzas. Todo el fútbol está al borde del colapso económico, salvo una entidad, solo una: la Federación Española de Fútbol. Tal es su bonanza que aprueba cuentas con un beneficio de 5,3 millones de euros y se permite el lujo de renunciar a las subvenciones estatales para mantener, dicen, su independencia. Según otros, el oscurantismo de su gestión ¿Qué tiene de particular la Federación con respecto a los clubes profesionales de fútbol? Algo único, valioso y muy, pero que muy productivo: la Selección Española .
Cualquier emprendedor soñaría con tener un activo como el de La Roja. Y no solo por su enorme valor de mercado, también por su mínimo coste de mantenimiento. La Federación dice dónde y cuándo tiene que jugar el equipo teóricamente de todos (hablamos, claro está, de los partidos amistosos), cobrando un caché de primer nivel. Los clubes ceden a cambio de nada a sus jugadores, asumiendo el riesgo de una lesión, ya que tendrían que seguir pagando al futbolista inmovilizado por apenas unas migajas del seguro, por no hablar de intangibles como cansancio acumulado o planificaciones alteradas. Este año, por ejemplo, un jugador internacional español ha jugado contra Chile en Ginebra, en Guayaquil contra Ecuador, en Miami ante Haití, en Nueva York frente a Irlanda, en Doha contra Uruguay y, para terminar el año, en Malabo ante Guinea y en Johannesburgo contra Sudáfrica. Ojo, encuentros exclusivamente amistosos. Añadan patrocinadores como Iberdrola, Cruzcampo, Movistar, Cepsa, Pelayo, Nissan, Banesto, Adidas o Gillette, que pagan mucho por asociar su imagen a la del equipo y que disfrutan en exclusiva de la imagen de los futbolistas para sus campañas publicitarias ¿Es o no es un chollo? Como tener un coche por la cara para recorrer medio mundo y sin tener que pagar gasolina o reparaciones ¿Y nos vamos a andar a estas alturas con escrúpulos morales?