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Cristina Saraldi

Madre y aprendiz

La hija que se acostaba con los novios de su madre

Hace mucho, mucho tiempo, nació una niña en un país muy lejano, llena de luz y de vida. Tanta luz tenía que sus padres decidieron llamarle Lucerita.

Lucerita creció en un ambiente familiar muy hostil y complicado. Sus padres se separaron cuando ella era pequeña y su madre, sintiéndose incapaz de mantener por sí misma a Lucerita y su hermano menor, decidió volver a casa de sus padres, donde vivía toda su familia.

A pesar de la inmensa tristeza que le producía a Lucerita separarse del primer hombre de su vida (su papá), imaginaba que sería divertido convivir con parte de su familia. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que esa interesante aventura acabaría siendo una auténtica pesadilla.

Muy pronto fueron su tío-abuelo y un tío directo (el hermano más querido de su madre) quienes se convirtieron en futuras sombras de esta niña. Ambos dos, atraídos por la belleza y luz de Lucerita, intentaron seducirla y abusar de ella, repitiéndolo de vez en cuando. Algo que consiguió que Lucerita comenzara a sentir enfado y temor al mismo tiempo.

Su comportamiento empezó a cambiar de manera sorprendente; y su madre, que desconocía a esa hija rebelde y frustrada, intentó corregir su comportamiento de la única manera que sabía: con gritos, castigos, amenazas y por supuesto, alguna que otra bofetada.

¿Dónde había quedado esa niña dulce, inquieta y precoz que ellos conocían? Lucerita seguía reclamando la atención de su deseada mamá de la única manera que ella conocía: con el llanto y la exigencia.

Durante ese año y medio que estuvieron en casa de sus abuelos, Lucerita seguía comportándose de forma extraña y poco amable; no sólo con su madre, sino con todos los miembros de la familia. Sentía mucha rabia e incomodidad en esa casa, porque mientras su madre se iba a trabajar, sus tías aprovechaban para que ejerciera de sirvienta.

Lucerita fue a más y demostraba su malestar emocional a base de gritos y rabietas. Hasta que su madre, muy desesperada por la tensión creada, decidió mudarse a un pequeño apartamento a tan sólo unas calles de la casa familiar.

Como no les daba para más, se mudaron a un pisito de una sola habitación los tres juntos: Lucerita, su hermano y su joven mamá. Y por supuesto, dormían todos juntos en la misma cama de 105 centímetros.

Pronto su madre conoció un nuevo amor: un señor ligeramente mayor que le llenaba de ilusión. Empezó a compartir confidencias hasta que poco a poco terminó invitándolo a su casa y por lo tanto, a su cama.

La mamá de Lucerita de vez en cuando hacía el amor en la cama común con su novio. Eso sí, despacito y con cuidado. No quería hacer ruido porque sus hijos aparentemente dormían.

Sin embargo, no siempre fue así. A menudo Lucerita se despertaba escuchando a su madre haciendo unos gemidos para ella muy extraños, moviéndose la cama ligeramente o sintiendo un calor diferente por debajo de las sábanas.

Lucerita pensó q era mejor callar y no se vio capaz de compartir lo que sucedía en la cama familiar. Hacía ya dos años que sus tíos le pidieron, con una mirada fulminante, que nunca hablara de ello. Así que, tras aquel ejemplo, decidió callar por miedo a la reacción de su madre.

Se justificaba pensando que, por ser cosas de mayores, nunca la escucharían.

Pasaban los años y un día sucedió algo que le cambiaría de nuevo para siempre. Justo antes de cumplir los 7 años, despertó al lado de ese desconocido, que era el novio de su madre. Ella había ido a trabajar y su hermano estaba con los abuelos. El novio le empezó a hablar de lo bella y dulce que era y de lo mucho que le atraía. Después de estas lindas palabras, finalmente le empezó a tocar.

Ella, sin saber muy bien lo que hacía y sin saber si eso era normal, se dejó hacer.

Jamás pensó en decírselo a su madre, ni a su hermano ni a nadie de la familia.

Soledad, abandono emocional, decepción, tristeza y mucha impotencia sentía Lucerita con su joven madre, dejando su autoestima por debajo de las piedras. No tenía cariño ni se sentía valorada.

Siempre calló para evitar que su secreto acabara con la ilusión de su desdichada y trabajadora madre.

Lucerita estaba hecha un lío: su madre lanzaba un mensaje contradictorio a la pequeña. No dejaba de repetir la importancia de las mujeres en llegar puras y castas al matrimonio aunque su ejemplo era otro bien distinto.

Su protección fue, durante años, su silencio.

Sentimientos encontrados. Un hombre elegante se acostaba con su madre y al mismo tiempo con la hija de su madre…

Finalmente se terminó la relación entre ellos y la madre de Lucerita siguió invitando a casa a sus nuevas “ilusiones”.

Lucerita, probablemente debido a su intensa experiencia y viendo cómo se comportaba su madre, volvió a “caer en las garras” de dos novios más.

Ella no disfrutaba nada, de hecho no le gustaba. Sin embargo, había aprendido que esa era una manera de relacionarse entre los adultos y ansiaba sentirse mayor.

Pasaron los años y cuando tenía 14 años, harta de que su madre le corrigiera a golpes, gritos, amenazas y castigos, abandonó su hogar para buscar una vida mejor.

La fuerza de Lucerita le ayudó a labrarse un camino que le permitió pagar sus gastos y hasta ahondar en “malas” (y necesarias para ella) costumbres.

Aun con la tristeza y decepción que albergaba en su interior, continuó su camino y siguió luchando con sus carencias afectivas en cada una de sus relaciones.

30 años llorando su infancia, y tras varias terapias, algunas depresiones, llantos, abandonos, problemas con el sexo y por lo tanto con los hombres, ha logrado aprender, desaprender, aceptarse, perdonarse, perdonar, sanar, liberarse  y cultivarse para poder ser un modelo para sus hijos. Se esfuerza cada día por abrazar y sanar a esa niña herida que lleva dentro y, tras mucho esfuerzo por su parte, ha decidido abrazar a la niña herida de su madre siempre que ella se lo permita.

¿Qué opináis de la historia? Cuesta, ¿verdad?  A mí me costó… Y es una historia real. La más cruda realidad.

Ha llegado a este blog después de que “Lucerita”, que por cierto brilla con luz propia, se sintiera preparada para contarme esta historia al encontrarse fuera de lugar en este mundo donde se pierde mucha energía opinando acerca de los demás.

¿Teta o biberón? ¿Quién es buena madre y quién no lo es? ¿Qué es un abuso y qué no? ¿De verdad ese es el debate? Pienso que lo más importante en la vida de un padre y una madre es ser un buen ejemplo para dejar modelos sanos a sus hijos y poder así trasmitir la máxima coherencia.

Haciéndonos daño los unos a las otros no llegaremos a ningún lugar. Ojalá pudiéramos debatir sin herir ni insultar; escucharnos; leernos y dejar de lado los colechos, los biberones, las tetas, los coles bilingües, los alternativos, la tele o no tele… Destinemos nuestra fuerza en crear nuevos proyectos y sembrar lindos frutos.

Si decides dar biberón, es tu elección y es tan válida como la de cualquier otro, pero por favor, acéptalo con toda la verdad. No hay mucho más cierto que la leche materna tiene beneficios no comparables con la de fórmula. Porque alguien defienda la evidencia científica, no te está criticando. Si te ofende, serás tú que tienes que revisar primero el porqué de tu reacción y revisar también tu postura para así poder abrazar la diversidad.

Lo mismo si decides dar teta y criticas a la que no lo hace. Puedes decirle lo que es obvio. Sí, la leche materna es más saludable, pero no es peor madre por dar biberón (o teta). He visto cantidad de madres lactantes que me han dejado boquiabierta con la manera en la que tratan a sus bebés y a otras personas.

Qué más da si tu vecina de al lado o de Facebook elige una u otra opción. Preocupémonos por darles a nuestros hijos la atención y el sostén emocional necesario, para convertirse en personas respetuosas y seguras de sí mismas que sepan decir no y decir sí a su antojo. Para conocer su cuerpo y para conocerse a sí mismos primero. Y por lo tanto, evitar que haya madres perdidas incapaces de conocer a sus hijos y/o a sus propias necesidades.

Quiero pensar que la madre de Lucerita no tuvo tampoco un ejemplo amoroso, con dulces palabras ni mensajes amables. Imagino que su opinión no importó para nada en su infancia y forjó su camino alejada del amor. Si hubiera tenido Facebook, ¿tanto debate hiriente le habría ayudado a poder ser una mamá modelo?

Quizás si damos todos un pequeño paso podamos conseguir que cada vez haya menos niños incomprendidos que recurren a falsos modelos con graves consecuencias.

Estos son los mensajes que Lucerita (nombre, por cierto, inventado) quería enviar una vez me contó su historia.

Ojalá cada vez haya menos “luceritas” en la vida y sus madres al menos sepan orientarles en el arte del amor, la ternura y el respeto. Gracias “Lucerita” por prestarme tu historia 😉 y sobre todo gracias de verdad por ser tan valiente y única.

 

 

Mi hija me puso la vida patas abajo y me encanta aprender a andar con mis manos

Sobre el autor

Cada vez hay más consciencia social acerca de la importancia de escuchar al niño. Mi hija mayor fue mi acompañante y motor para el cambio que hice en mi vida: dejé mi trabajo en televisión por perseguir este sueño que un día tuve. Se llama "Froggies" y fue mi primer proyecto. En 2016 me convertí en bimadre, y esta aventura me está resultando muy intensa. Creo firmemente que los adultos tenemos mucho que cambiar para ofrecer a los niños un lugar mejor donde vivir.


septiembre 2014
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