Cloe tiene 4 años y 3 meses. Sólo me he separado de ella 3 días un par de veces (y quedándome con su padre); y 4 días, de viaje de trabajo. Esto significa que nunca antes me he quedado sola en casa sin ella y sin papá.
Nunca antes porque no ha surgido y porque ella hasta ahora no ha estado preparada (aunque nos hubiera gustado, acelerar sus procesos no estaba en nuestros planes).
Aunque hoy es el día. Hoy lo está y no puedo más que estar orgullosa de ella, de nuestro trabajo y de saber que acompañar a mi hija en sus procesos personales está siendo, además de laborioso, el mejor de los regalos que podemos hacerle.
Cada niño es único, de eso no hay duda. Y cada familia y cada padre/madre también.
Y por ello cada familia ha de decidir cuánto es capaz de ceder o cuánto es capaz de dar, pensando en el niño o pensando en sus necesidades como adulto. Todo vale y ha de respetarse. Y toda elección ha de ser igual de válida, tomada siempre desde la consciencia y sin duda desde el conocimiento y las consecuencias que pueden tener nuestros actos. Porque a veces, el simple hecho de dejar a tu bebé lactante una noche con sus abuelos puede tener consecuencias en tu hijo. ¿O quizás no? Sólo tú lo sabes. Y desde ahí para mí debería ser tomada cualquier decisión. Y me repito, respetada.
Para nosotros, sin duda, acompañar a Cloe en sus noches, que han sido, como dirían muchos, toledanas, ha sido el mejor de los anclajes. La mejor de sus herramientas para poder ganar en confianza y seguridad.
Y hoy es un gran paso para ella y para nosotros.
Y ¿qué pasa conmigo como madre? Pues que aquí me quedo, con mis emociones, viviéndolas, sabiendo que es lindo y hermoso y sintiendo al mismo tiempo la nostalgia. Nostalgia de ver pasar el tiempo, nuestro tiempo, de mirar hacia atrás y sentir cómo crece mi bebé, que hace 4 años era eso, un bebé que ya hoy me vuelve a demostrar que ha quedado atrás.
Bendita maternidad, ¡cuánto nos enseña! Sólo hay que saber dejarte llevar por tu corazón y menos por la razón.