¿Alguna vez te habías planteado que colechando podríamos estar plantando la primera semilla de un futuro empresario? ¿O tejiendo redes para las empresas del futuro? ¿O confiando en que un nuevo mundo es posible?
Llevo días reflexionando y he decidido compartirlo.
Si buscamos el significado de la palabra colecho en la RAE, lamentablemente, no la encontraremos. De hecho, por si te has equivocado, te ofrecen estas alternativas: cogechar; cogecho-cha; cohechar; cohecho; colchar; colectar; colocho-cha y cosechar. Qué pena, ¿no crees? Ninguna responde con la definición real del colecho.
Wikipedia sí que está más actualizado: el colecho o cama familiar es una práctica en la que bebés o niños pequeños duermen con uno o los dos progenitores. Es una práctica normal en muchas partes del mundo, excluyendo Europa, Norte América y Australia.
Un estudio de 2006 reveló que, entre niños de la India de entre 3 y 10 años, el 93% dormían con sus padres. El colecho se practicó ampliamente hasta el siglo XIX en Europa hasta que las casas comenzaron a tener más de un dormitorio y los niños su propia cuna. Recientemente se ha reintroducido el colecho en la cultura occidental por los partidarios de la crianza con apego, que incluyen el colecho entre las prácticas naturales para una crianza saludable y feliz de los niños.
Dicho esto, entramos ya en el quid de la cuestión. ¿Y por qué digo yo que colechando podemos estar sembrando la semilla de un futuro empresario? Allá voy con mis reflexiones.
Co es la abreviatura de Company en inglés, que viene a ser empresa y el inglés es el idioma universal. Si lecho es la cama, ¿no podríamos hablar del negocio en la cama? O mejor aún, ¿del negocio de la familia que comparte cama?
Pienso que sí. Después de escuchar a familias que colechan y no colechan, reflexionar sobre ello y observar a sus hijos, me atrevo a afirmar que colechando sentamos bases de lo que será un futuro empresario. No tiene por qué montar su propia empresa. Sin embargo seguro que tiene herramientas necesarias para poder vivir su vida como si fuera su propia empresa; llevando al menos las riendas.
La cama es el lugar donde damos la bienvenida y despedimos el día. Es un espacio de calma y paz, además de estar repleto de sueños e ilusiones. Un lugar para compartir con la familia y podernos desear buenos días y dulces sueños. Ese espacio donde compartimos historias, despertares, sueños y pesadillas.
Si seguimos avanzando en el tema del co-lecho visto como negocio familiar siento que la cama, mientras los niños crecen y se van haciendo mayores, se convierte en una lección maravillosa. Es un espacio donde nos respetamos, donde nos escuchamos y donde colaboramos para que el objetivo común, es decir, el descanso y sueño familiar, fluya para todos por igual.
Es un lugar para aprender a respetar: respetar el espacio y el cuerpo de los integrantes de la cama; respetar los gustos de unos y otros a la hora de contar historias; respetar el sueño de los demás aprendiendo del silencio; respetar también los malos momentos; y no juzgarlos (por ejemplo a la hora de tener pesadillas o terrores nocturnos).
Es un lugar para confiar: confiar en mamá, en papá o en mi hermano mayor o pequeño. Confiar en el cuerpo del otro que me llenará de paz y sosiego. Y confiar sobre todo en mí mismo que me voy cargando de seguridad y, si tengo miedos, los viviré siempre acompañado. Si sufro por algo, aquí cerquita estarán mamá o papá (o ambos).
Es un lugar para aprender a escuchar: escuchar cuando el otro tiene sueño o necesita silencio; escuchar historias siendo sólo un espectador o convirtiéndose en actor; escuchar al otro y ofrecerle el espacio que necesita.
Es un lugar para aprender a hablar y negociar: donde se habla de lo que uno quiere y lo que no quiere; de sus necesidades y de sus miedos; de sus alegrías y de sus penas. Y sobre todo de sus sueños y de los de todo el grupo. Y una vez se habla, se negocia entre todos qué es lo mejor para esta familia.
Es un lugar para aprender a ahorrar y a invertir: ahorramos en luz, en viajes, en energía para ir de un cuarto a otro. Ahorramos en sábanas, en jabón y en tiempo. Y por el contrario invertimos en mimos, en cariño, en susurros, en juegos y en todo lo bello que dormir junto a tu hijo puede ofrecerte. Invertimos en su futuro, sin duda.
Es un lugar ideal para crear, para soñar y para hacerlo además en familia. Si colechamos compartimos siempre ese mágico espacio de tiempo que sucede justo antes de dormir. Cuando estamos en un duermevela, algo se activa en nosotros para ofrecernos, muy a menudo, ideas creativas o posibles sueños e ilusiones. Si compartimos ese momento mágico, seguro que los sueños de unos y otros pueden materializarse al ir de la mano para conseguirlos.
Respetar, confiar, escuchar, ahorrar, invertir, soñar y negociar son sólo algunas de las características que se aprenden mientras colechamos. Algo que sucede todos los días y durante muchos años. Sucede diariamente hasta que el niño está preparado y pide (sí señores, siempre lo piden) cambiarse a su propia habitación.
Si colechando enseñamos a respetar, confiar, escuchar, hablar, negociar, ahorrar, invertir, crear y soñar estamos sentando las bases de las empresas del futuro, o mejor dicho, del futuro de las empresas. Para mí las empresas de tiburones tienden a extinguirse, dando paso a esas agrupaciones de personas que colaboran, respetan, escuchan y miman a los suyos. Nuestros hijos estarán sin duda, capacitados para ello.
Quiero concluir confiando en que un nuevo mundo es posible. Y quiero también afirmar que siento que el negocio visto como un aplastamiento del otro va a ir desapareciendo y tenderemos a cuidarnos unos a otros y por ende, al Planeta que nos acoge.
Si queremos un mundo mejor, donde las personas rijan su vida, colechemos!