Más de tres meses después de la inauguración oficial de su Capitalidad, las polémicas y los desacuerdos han arrancado en Marsella con más fuerza que sus propuestas culturales. Una de las últimas, por culpa de la subvención de 400.000€ que el ayuntamiento de la ciudad decidió otorgar a Adam concerts para la celebración de un concierto del DJ estrella David Guetta. Un apoyo que, además de económico, supondría la cesión gratuita del parc Borély –un ‘jardin à la française’ del siglo XIX normalmente cerrado para otro tipo de celebraciones culturales- y que ni siquiera se transformaría en una noche de baile sin coste para sus ciudadanos, sino que el precio de las entradas –que llenarían las arcas de Adam concerts- iría de los 44 a los 59 euros. El uso del condicional se debe a que tras la creación de una plataforma ciudadana con 70.000 firmas contra el concierto y la promesa del ayuntamiento de volver a tratar el asunto en el próximo pleno, Guetta ha decidido renunciar a la subvención y al parque y trasladar su espectáculo a la sala Dôme.
Pero éste no es más que el último de una serie de conflictos que viene de largo y que sin duda se prolongará en la capital de Bouches-du-Rhône hasta el final del año, y posiblemente más allá… Entre las principales quejas ciudadanas a la manera de organizar la Capitalidad, los marselleses destacan que gran parte de los museos y centros culturales sigue en obras de construcción (MuCEM, CEREM…) o reforma (Palais Longchamp…) y no estarán abiertos al público hasta verano o incluso más tarde; que entre el 30 y el 40% del presupuesto se ha esfumado en gastos de administración; que el evento está demasiado tutelado desde París (el ex director general y alma mater de la candidatura Bernard Latarjet, la agencia de comunicación Claudine Colin y numerosos artistas programados vienen de la capital de Francia); que la verdadera cultura local no está bien representada (apenas hay presencia del hip hop marsellés a pesar de su reputación internacional); que muchos proyectos no tienen durabilidad más allá de 2013 (el hangar J1, cedido por el puerto de Marsella a cambio de su acondicionamiento a cargo de las arcas del ayuntamiento y que probablemente estará cerrado entre mayo y octubre por falta de sistema de climatización, volverá a manos de sus propietarios al finalizar el año y el Pavillon M, ‘meeting point’ de MP2013 y con un coste de 3,5 millones de euros para su construcción y funcionamiento, será también desmontado tras 2013); que la mayoría de las subvenciones públicas de este ejercicio han ido a parar a proyectos relacionados con MP2013 mientras las asociaciones culturales de la ciudad, que llevan años funcionando y que conforman su tejido cultural de base, han visto reducidas sus dotaciones y muchas han empezado a cerrar; que MP2013 está pensado más para los turistas que para los marselleses…
Ante este panorama, más percibido por los sectores próximos a la cultura que por los ciudadanos de a pie –que tienen otros problemas más urgentes y graves con los que lidiar- o por los turistas y visitantes –que se pasean más o menos satisfechos por el renovado Vieux Port y el puñado de exposiciones de calidades dispares presentado hasta ahora-, cabe preguntarse hasta qué punto las quejas de los marselleses hacia sus dirigentes son pertinentes. Y para ello, antes que nada, habría que tener claro qué es una Capital Cultural Europea.
En 1985, la actriz y ministra de Cultura griega Melína Merkoúri propuso al Consejo Europeo la idea de designar cada año una Ciudad Europea de la Cultura, un título que recaería sobre ciudades de los Estados miembro de la UE. A partir de 1990, paralelamente, se implantó el Mes Cultural Europeo, bajo el mismo concepto que el de la Ciudad pero a menor escala, pensado para los países externos a la UE y que desaparecería en 2001. En 1999 el evento cambió el nombre de Ciudad por el de Capital Cultural Europea y en 2005, tras apreciarse que se había convertido en un factor de desarrollo local y regional, la designación dejó de estar en manos de los gobiernos de los Estados miembro y pasó a estar a cargo de la Unión Europea.
Esta evolución muestra cómo la UE, paso a paso, se ha ido haciendo con un proyecto que, a día de hoy, se propone “resaltar la riqueza y diversidad de las culturas europeas” (no las de la ciudad escogida como Capital); “celebrar los lazos culturales que unen a los europeos” (no los que unen a los ciudadanos de la Capital escogida); “poner a la gente de los diferentes países europeos en contacto con las otras culturas y promover el entendimiento mutuo” (no poner en contacto a la gente de la propia Capital); y “fomentar el sentimiento de ciudadanía europea” (no el de ciudadanía local).
La Comisión Europea lo dice claro y, por ello, no hay que llevarse a engaño: la Capitalidad Europea es una iniciativa para hacer, ante todo, Europa –para eso da el relativamente poco dinero (1,5 millones de euros sobre los 91 de presupuesto total de Marsella, sin contar 600 millones más invertidos en ladrillo) y da, sobre todo, su sello-, y no para hacer ciudades. Y la Cultura es un medio para conseguirlo. Para dejarlo más claro aún y traducirlo a directrices concretas, los mismos conceptos básicos destaca su listado de criterios para escoger la Capital de cada año.
¿Dónde quedan los valores puramente culturales y artísticos de la ciudad en todo esto, que son los que reclaman los marselleses? Claramente, en un segundo plano y supeditados a su capacidad de fomentar un proyecto e imagen de Europa que interesen a nivel de Bruselas. ¿Cuál es el beneficio, entonces, para una ciudad que es utilizada por Europa –en mayor o menor medida en función del carácter de sus ciudadanos y el de sus políticos- como altavoz de unos valores europeos que pueden ser, o no, los suyos? La Comisión Europea en esto también es clara:
“Además, los estudios muestran que el evento es una oportunidad valiosa para: regenerar ciudades, aumentar su perfil internacional, estimular el turismo –hasta aquí no se puede decir que las instituciones de Marsella no estén haciendo bien su trabajo-, realzar su imagen a los ojos de sus propios habitantes y proporcionar una nueva vitalidad a su vida cultural”.
Es en estos dos últimos aspectos –la imagen de la ciudad para sus propios habitantes y los efectos sobre la vida cultural local- donde las críticas de los marselleses a sus políticos cobran mayor fuerza y razón de ser. Muchos ciudadanos temen hacer el ridículo a nivel europeo por culpa de un programa que consideran débil y de unos gestores como mínimo poco transparentes a la hora de gestionar su Capitalidad. Y muchos otros consideran que la riqueza y la diversidad cultural de la ciudad, más que reforzada, se ha visto amenazada por el paso de la enorme maquinaria que ha supuesto MP2013 y los planes urbanísticos ligados a ella.
En todo caso, estos aspectos que también debería favorecer la Capitalidad Cultural Europea no son más que los efectos colaterales –siempre mencionados en segundo plano por Europa- de un proyecto destinado primeramente a ensalzar y hacer, más o menos artificialmente, patria europea, más aún en un momento en el que el continente hace aguas económicas y políticas. Por hacer un paralelismo, no se trata de un festival –el de Marsella o cualquier otra ciudad escogida- con identidad e historia propias que es patrocinado por una marca comercial que se cobra su apoyo económico a través de la publicidad, sino que es la propia marca –Europa- la que crea su propio festival con sus pautas e intereses y compra cada año el emplazamiento y la gestión con dotaciones de dinero comunitario que sirven para remodelar ciudades. Así que todos aquellos que en Marsella critican un evento que no está pensado para ellos deberían cuestionarse antes de nada: ¿están en contra de sus dirigentes o del propio concepto de Capital Cultural Europea, un evento que, sobre el papel, impone primero fomentar Europa y deja las migajas para los ciudadanos y las culturas que le acogen?
Posiblemente, en contra de los dos, y por diversas razones. Contra Europa porque quizás en este caso la Comisión no ha entendido que Marsella es una ciudad de corazón tan europeo como africano, pero no europeo -y menos aún africano- de la manera en la que ellos lo están reflejando. Y contra sus dirigentes porque hay antiguas Capitales que han sabido tener mejor mano izquierda, compatibilizar intereses, satisfacer las aspiraciones de sus ciudadanos por encima de las premisas europeas y conseguir que esas migajas que deja siempre la Capitalidad terminen siendo suculentos pasteles para el tejido cultural y económico de la ciudad. Y porque una cosa es contratar a un director parisino y otra otorgar 400.000€ a la ligera para un concierto privado, por no mencionar otras actitudes políticas que enervan a la población.
Así que está bien y es un signo de salud ciudadana criticar los asuntos que no funcionan de MP2013 pero, para ser lo más constructivos y efectivos posible, convendría marcar la diferencia entre el ámbito local y el europeo de este asunto. Porque después de Marsella (y Košice, de la que nadie habla a este lado del extinto Telón de Acero, como allí no hablarán de Marsella y como nadie recuerda el nombre de las capitales del año pasado ni ninguna ciudad se preocupa por lo que es la Capitalidad hasta que le toca su turno, lo que supone una señal clara de la artificialidad del evento) vendrán otras ciudades. Y porque las cosas que no gustan de Europa se pueden y deben cambiar entre todos, desde sus conceptos culturales hasta sus maneras de gestionar las crisis económicas. Si ha caído David Guetta, ‘el artista mejor pagado de Francia’, ¿quién no podría caer?…