Un lunes más, dedicamos este espacio a temas de educación canina. La diferencia es que, como os conté las dos semanas anteriores, a partir de ahora esta colaboración estará a cargo de Martín R. Ojeda (*) (a quien os presenté en detalle la semana pasada). Martín ha querido hoy escribir sobre la llamada, un tema del que ya hemos hablado en alguna ocasión en este blog, pero con una parte que aún no hemos tocado: explicando, con claros ejemplos, el por qué en muchas ocasiones nuestro perro no acude a nuestra llamada.
“Comienzo planteándole dos situaciones distintas:
1) Final de la Champions. Por primera vez, el equipo de su vida está en posición de coronarse campeón y usted está en el bar con cantidad de aficionados con los colores pintados en la cara. De repente, mira hacia fuera por la ventana y ve pasar a un conocido. El tipo es un pelma con el que tiene poca relación y usted no está dispuesto a sacrificar la final por él, de modo que cuando el sujeto mira hacia adentro, baja la cara y se esconde;
2) Día de rebajas. Lleva usted ya tres horas en la cola para entrar, y divisa al otro lado de la calle a su gran amiga que la llama. A pesar del sacrificio, no duda en dejar la fila y acudir a su encuentro…para recibir un tremendo bofetón en cuanto se acerca. Al día siguiente se la encuentra de nuevo y pensando que fue sólo un mal día, vuelve a acercarse: ¡zas en toda la boca! Otro bofetón. Por supuesto, a usted le queda bien claro que la próxima vez que la vea, pasará bien lejos.
Seguramente se preguntará a qué viene esto. En el tiempo que llevo trabajando y estudiando este maravilloso mundo de los perros, me he encontrado en enorme cantidad de ocasiones con dueños que se quejan de que su perro hace caso omiso a la llamada. Descartados aquéllos que no le han enseñado al perro la orden (sigue habiendo gente que cree que los perros vienen enseñados “de serie”), se plantean generalmente dos casos, análogos a los ejemplos que he descrito.
Analicemos el primero de ellos, cambiando los personajes. El forofo del fútbol pasa a ser su perro en el parque y el conocido pelma –ya me disculpará- es usted mismo. Acaso cree, amigo lector, que si no hay un vínculo a prueba de bombas ¿su perro se planteará siquiera dejar de jugar con sus amigos del parque, de explorar, de correr, para hacerle caso? Él está en su gran momento del día disfrutando y usted lo llama para cortárselo…para qué venir, ¡si total lo verá luego! Ahora seguirá jugando, que para ir a casa ya habrá tiempo.
Ahora veamos el segundo. Llega usted a casa después de un día de trabajo agotador y se encuentra que el perrote ha estado haciendo tropelías en casa. Le llama y él viene feliz, pero recibe una colleja por lo que ha hecho. Imagine la confusión en la cabecita, además de no entender en absoluto un castigo que llega con mucha posterioridad a la conducta que no queremos.
Ambas cuestiones se derivan de una cuestión común: nada, y digo NADA, puede ser mejor ni más importante para su perro que el estar con usted.
Y esto, ¿cómo se logra? Primero y principal, estableciendo el mejor vínculo posible con su mascota. Ha de ser usted el guía a quien seguir, el líder que de la misma forma que provee comida, techo y seguridad, da las indicaciones necesarias en el día a día. El vínculo se construye cotidianamente a base del compañerismo de compartir los paseos, de la complicidad en los juegos, de los límites puestos en los sitios y momentos oportunos. No basta con que le abra la puerta para ir al jardín…una máquina también podría hacerlo. “Tire millas” con su perro paseando tranquilamente con la correa puesta: él sentirá que usted está en la otra punta, dirigiendo la situación. Si llega a ser un buen líder (a lo que todos aspiramos), podrá un día incluso dejarle que de vez en cuando tire de la correa, porque sabrá que puede hacerlo porque usted le da permiso.
En segundo término, pero no por eso menos importante, un detalle de tipo técnico: JAMÁS, en ningún tipo de circunstancia, recibirá el can un estímulo de tipo negativo al responder a su llamada. Ni collejas, ni tirones de collar, ni broncas, ni “¡te he dicho que vengas!”, ni absolutamente nada por el estilo. La orden “Ven aquí” (o cualquiera que usted elija para lograr esa conducta) ha de significar lo más positivo del mundo: ¡mi amigo más querido me llama para que esté con él! Implica el perdón absoluto e inmediato de cualquier fechoría o travesura que haya podido realizar; a tal extremo que si el perrete se merece una reprimenda y se nos ha escapado el “Ven aquí”…hemos perdido la oportunidad. Más aún. Si es necesario poner orden, será usted quién vaya a buscarlo.
Teniendo en cuenta estas dos sencillas cuestiones, veremos cómo nuestro amigo comenzará a relacionar la orden con la conducta, y ésta con la satisfacción de estar cerca nuestro y así –exceptuando los casos en que el instinto le juegue malas pasadas- responderá enseguida a nuestra llamada, feliz y contento.-“
Espero que esto os haya ayudado a entender más a vuestro mejor amigo y a comprender por qué en ciertas ocasiones no acude a vuestra llamada.
(*) Martín R. Ojeda es etólogo de Servicios Caninos Integrales
(**) (**) Si quieres que Martín te ayude con tu perro, recuerda rellenar este cuestionario y enviarlo a unomasenlafamiliablog@gmail.com.